Quizá una huelga general pueda ser insuficiente para frenar la nueva Operación Masacre que
lleva adelante el inquilino del sillón de Rivadavia.
La desobediencia civil es otra herramienta de oposición, en el marco de un estado de derecho.
En este caso, no abonar los aumentos desmedidos en servicios esenciales como el gas, energía
y agua potable.
La conjunción de ambas medidas es aplastante.
Pero la desobediencia civil necesita del aliento y testimonio profético de un conductor.
La chispa inicial. La desobediencia civil no funciona sin un big bang, sin un profeta que la
encienda. Como Gandhi.
Tampoco, si nos olvidamos que estamos iniciando una guerra económica, y que viviremos privaciones propias de un conflicto.
En su implementación, a nivel de hogares, creo que lo primero que hay que resistir es el aumento
del gas y luego la energía eléctrica.
En los lugares en que el servicio no está en manos de los privados, como en Córdoba, el accionar
de los empleados y obreros lucifuercistas puede demorar el corte del servicio, con sólo trabajar a desgano o a reglamento o lo que tengan a mano.
Con el agua no hay tanto problema, porque teóricamente no te pueden cortar el servicio por falta
de pago, tan sólo disminuirlo.
A medida que avanza el conflicto, uno se va acostumbrando a la necesidad insatisfecha,
se endurece, y se da cuenta que puede.
La desobediencia civil se constituye así en un sitio a los palacios gubernamentales y a la clase dirigente.
Una ciudad sitiada, como lo demuestra la historia, rara vez puede sobrevivir.
Un gobernante despótico también.
Articulo escrito por Alfredo Furlani
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