jueves, 21 de diciembre de 2017

En defensa de la Caja de Jubilaciones y Pensiones de los trabajadores de...

POLICÍA DE LA CABA VS. POLICIA FEDERAL

POLICÍA DE LA CABA VS. POLICIA FEDERAL, O LA INTERNA DEL CAPITALISMO FINANCIERO PORTEÑO

La CABA (Ciudad Autónoma de Buenos Aires) como tal escapa al espíritu con que la ciudad de Buenos Aires fue separada de la Provincia del mismo nombre. La Capital Federal dependía directamente del Presidente de la Nación.
El haberle dado un status de provincia de facto, hizo que tuviera que tener su propia policía. Este cuerpo de policía fue creado por el actual presidente cuando era Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
La orden de no portar sin armas ya existía desde hace muchos años, luego del desastre que significaron los sucesos de diciembre de 2001. La orden de actuar de esa manera, la dio una jueza de la CABA, de acuerdo a la LEY Nº 5688, artículos 99 y 100 impulsada por el actual gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y promulgada el 17 de noviembre de 2016.
El PRO accede al gobierno de la CABA luego de la tragedia de Cromañón. Anibal Ibarra, un hombre de bien, de destacada actuación en el Juicio a los Genocidas del Proceso, fue inhabilitado para ejercer cargos públicos en un año electoral.
El PRO tenía el camino allanado. Golpes donde confluyeron medios concentrados de comunicación y poder judicial como éste lo sufrieron Dilma, Zelaya, Lugo, por nombrar algunos.
En estos momentos, la pugna entre el Presidente de la Nación y el Jefe de Gobierno de la CABA (Rodríguez Larreta) va apareciendo con mayor nitidez en vistas a las elecciones del 2019.
Los sucesos de ayer en Buenos Aires pueden tener otra lectura. Si la Policía de Rodríguez Larreta no sirve para mantener la calma y si en cambio la Policía Federal de Bullrich sí, es apuntalar al más débil (Bullrich) para debilitar al más poderoso (Rodríguez Larreta).
Los romanos esto lo sabían, y crearon un imperio. Un imperio totalmente corrupto.


Articulo escrito por Alfredo Furlani

viernes, 1 de diciembre de 2017

Brutal aumento de tarifas

En una actitud despiada contra los sectores que menos tienen y contra las pymes el gobierno avanza con su politica de tarifazos en los servicios público. Esto conduce a una sola cosa el cierre de la industria, con la consecuente perdida de fuentes de trabajo. 

sábado, 25 de noviembre de 2017

Cómo derrotar al gobierno sincronizando tu reloj político con el suyo

El gran científico holandésChritiaan Huygens miró asombrado aquellos 2 relojes de péndulo que él mismo había construido. Los 2 oscilaban sincronizados, con la misma secuencia de vaivén.
Corría el año 1665 y Huygens, inventor del reloj de péndulo, no lograba comprender lo que ocurría. 2 péndulos que al inicio oscilaban de manera independiente uno del otro, con secuencias diferentes, se sincronizaban entre ellos luego de estar un tiempo uno al lado del otro.
Los relojes de péndulo se sincronizaban solos.
-Una extraña simpatía…-pensó el científico.
Durante 350 años la llamada “sincronización de Huygens” fue un enigma. Hasta que en el año 2015 un equipo integrado por científicos de México y Países Bajos desentrañaron las explicaciones físicas y matemáticas del fenómeno.
El asombro de Huygens es comprensible.
Era difícil de imaginar aquella extraña simpatía entre 2 dispositivos mecánicos colgados uno al lado del otro sin tocarse.
Tan difícil de imaginar como la sincronización entre gobierno y oposición.
Una extraña simpatía que tienes que lograr si eres opositor y quieres derrotar al partido gobernante.
Las 3 horas que marca el reloj político del gobierno
El gobierno tiene su reloj político, sus tiempos propios, sus etapas inevitables. Ese reloj político gubernamental es puesto en hora por un delicado mecanismo psicológico, social, político y cultural. Desde que un candidato triunfa, desde ese preciso momento, ya se activa el tic tac. El gobernante electo sabe que tiene por delante un período de gracia, un tiempo de expectativas e ilusiones.
Ese primer tiempo que se abre tiene como componentes básicos los siguientes:
El nuevo gobernante y su equipo están llenos de energía, de proyectos, de entusiasmo
La oposición está en un momento bajo, entre el stress post-traumático y la depresión, pero siempre con energías menguantes.
La opinión pública es más favorable que nunca al nuevo mandatario, lo mira con expectativa y le abre una carta de crédito.
Claro que este buen clima no es eterno y suele durar aproximadamente hasta cumplidos los primeros meses de ejercicio del gobierno.
Luego comienza el segundo tiempo, una etapa definida por la interacción entre 2 factores cruciales:
El desgaste de las expectativas populares. La ilusión colectiva se va confrontando con la realidad, y lo real suele estar varios escalones por debajo de lo que las personas imaginaban.
Las lentas realizaciones concretas del nuevo gobierno. Los logros demoran más en conquistarse que lo que el equipo gobernante imaginaba. Siempre pasa algo: demoras, errores, burocracia, problemas presupuestales, dificultades de gestión, falta de experiencia…
Al llegar aproximadamente a la mitad del mandato el gobierno suele alcanzar el punto más bajo de su historial en materia de aprobación de la gestión e imagen popular.
Entonces comienza el tercer tiempo.
El desarrollo de la gestión gubernamental abre la posibilidad de poner en el escenario político y social algunos logros, algunas novedades aportadas por el gobierno. Eso comienza a cambiar el humor de por lo menos una parte de la sociedad.
A partir de ahí la aprobación popular de la gestión de gobierno suele crecer hasta lograr sobre el final del mandato su segundo mejor guarismo después de aquellos dorados días iniciales.
Son 3, entonces, las horas que marca el reloj del gobierno:
1. La ilusión de los primeros meses
2. El desgaste hasta la mitad del gobierno
3. El crecimiento desde la mitad del gobierno hasta el final
Considerados estos tiempos, la oposición debe decidir qué hacer con su propio reloj político.
Por qué sincronizar con el gobierno es la mejor manera de ser opositor
La dinámica psicológica, social, política y cultural que ajusta la hora del reloj del gobierno es exactamente la misma que la que ajusta la hora del reloj de la oposición. Más allá de los estilos personales, de las ideologías y de las coyunturas, toda oposición tiene que hacer su trabajo. Y ese trabajo consiste en llegar al final del período de gobierno convertida en la gran alternativa de recambio. Pero no se trata solamente de que los opositores se vean a sí mismos como esa alternativa, lo cual desde ya que es importante. Se trata, fundamentalmente, de que la sociedad los perciba de tal modo.
Y para ello la estrategia política opositora tiene un único gran mandamiento: ajustar su reloj político al del gobierno. Esto implica 3 horas distintas para la oposición. 3 horas que marcan tareas diferentes:
1. En los primeros meses no hay mucho espacio psicosocial para la crítica y el debate virulento. Es tiempo de moderación, cautela, y hasta de aceptación de algunos aciertos del gobierno. Es también un tiempo de presentación de propuestas e iniciativas que pongan al gobierno en la incómoda situación de aceptarlas o de convertirse ellos mismos en críticos y virulentos.
2. A partir de los primeros meses se abre la etapa de comenzar gradualmente con las diferencias, las críticas y la confrontación. Hasta llegar al climax, al momento más duro, alrededor de la mitad del período de gobierno. Si laten al unísono el momento naturalmente más bajo del gobierno y el momento más duro de la oposición, pues entonces la oposición estará en mejores condiciones de derrotar al gobierno.
3. A partir de la mitad del período de gobierno comienza el momento más relevante para mostrar un proyecto alternativo de gobierno que sea mejor que el que llevan a la práctica quienes ejercen el gobierno en el presente. Porque eso es, en definitiva, derrotar al gobierno.
En todos los casos estás haciendo oposición, solo que vas recorriendo las distintas facetas de ese “ser opositor”.
Sincroniza tu reloj político para derrotar al gobierno
Derrotar al gobierno es una tarea compleja y difícil. Pero lo puedes hacer sincronizando tu reloj político opositor con el reloj político gubernamental.
El secreto es dosificar tus energías, no dejarte llevar por las emociones y ver más allá de la coyuntura.
No se trata de caer en la trampa de ser duro o ser blando, criticar o proponer, encresparse o sonreír. Se trata de ajustar la forma de ejercer la oposición a lo que cada etapa pide.
Gobierno y oposición viven en el mismo contexto. Allí se mueven, danzando en el mismo calendario. Como los péndulos de Christiaan Huygens y su extraña simpatía.

El ciclo de popularidad de los gobiernos

La dinámica psicológica, social, política y cultural que ajusta la hora del reloj del gobierno es exactamente la misma que la que ajusta la hora del reloj de la oposición. Más allá de los estilos personales, de las ideologías y de las coyunturas, toda oposición tiene que hacer su trabajo. Y ese trabajo consiste en llegar al final del período de gobierno convertida en la gran alternativa de recambio. Pero no se trata solamente de que los opositores se vean a sí mismos como esa alternativa, lo cual desde ya que es importante. Se trata, fundamentalmente, de que la sociedad los perciba de tal modo.
Y para ello la estrategia política opositora tiene un único gran mandamiento: ajustar su reloj político al del gobierno. Esto implica 3 horas distintas para la oposición. 3 horas que marcan tareas diferentes:
1. En los primeros meses no hay mucho espacio psicosocial para la crítica y el debate virulento. Es tiempo de moderación, cautela, y hasta de aceptación de algunos aciertos del gobierno. Es también un tiempo de presentación de propuestas e iniciativas que pongan al gobierno en la incómoda situación de aceptarlas o de convertirse ellos mismos en críticos y virulentos.
2. A partir de los primeros meses se abre la etapa de comenzar gradualmente con las diferencias, las críticas y la confrontación. Hasta llegar al climax, al momento más duro, alrededor de la mitad del período de gobierno. Si laten al unísono el momento naturalmente más bajo del gobierno y el momento más duro de la oposición, pues entonces la oposición estará en mejores condiciones de derrotar al gobierno.
3. A partir de la mitad del período de gobierno comienza el momento más relevante para mostrar un proyecto alternativo de gobierno que sea mejor que el que llevan a la práctica quienes ejercen el gobierno en el presente. Porque eso es, en definitiva, derrotar al gobierno.
En todos los casos estás haciendo oposición, solo que vas recorriendo las distintas facetas de ese “ser opositor”.
Sincroniza tu reloj político para derrotar al gobierno.
Derrotar al gobierno es una tarea compleja y difícil. Pero lo puedes hacer sincronizando tu reloj político opositor con el reloj político gubernamental.
El secreto es dosificar tus energías, no dejarte llevar por las emociones y ver más allá de la coyuntura.
No se trata de caer en la trampa de ser duro o ser blando, criticar o proponer, encresparse o sonreír. Se trata de ajustar la forma de ejercer la oposición a lo que cada etapa pide.
Gobierno y oposición viven en el mismo contexto. Allí se mueven, danzando en el mismo calendario. Como los péndulos de Christiaan Huygens y su extraña simpatía.


El ciclo de popularidad de los gobiernos

Más allá de las apariencias, la actitud de la gente ante los gobiernos es bastante previsible. Porque en definitiva el propio cerebro humano tiene mucho de previsible.

El ciclo de la opinión pública
Está estudiado científicamente, principalmente en los Estados Unidos. Tomando una larga serie de datos, que abarcan varias décadas, se analizan los índices de aprobación y desaprobación de la población hacia sus gobiernos. Partiendo de la base de la información disponible en cuanto a encuestas serias.
Los resultados son claros y contundentes. La percepción pública acerca de un gobierno recorre etapas muy definidas a lo largo del tiempo. Etapas que se reiteran una y otra y otra vez en los distintos gobiernos.
El recorrido es el siguiente:
1. Uno de los candidatos gana la elección con un determinado porcentaje de los votos.
2. Luego de conocido el triunfo comienza una etapa de crecimiento rápido de su popularidad. Abarca el período de transición durante el cual se prepara el nuevo gobierno y los primeros meses del mismo. Muchos lo denominan la “luna de miel” de la opinión pública con el candidato ahora gobernante. En esta etapa se alcanza el máximo posible de aprobación del gobierno.
3. La etapa siguiente es el descenso, la caída. Aunque variable en su velocidad y en su profundidad, de todos modos la caída de la popularidad del gobierno es inevitable. A los gobernantes les cuesta entenderlo porque tienden a pensar que ellos serán la excepción, pero reitero que es inevitable. Y la caída llega hasta el punto más bajo de aprobación.
4. Finalmente comienza la etapa de recuperación y ascenso. También variable en su velocidad y en su profundidad, pero también inevitable. A quienes cuesta entender esta etapa es principalmente a los opositores, porque tienden a creer que el gobierno seguirá cayendo sin chance alguna de levantarse. Pero el gobierno se levanta y crece hasta llegar a un punto alto, aunque generalmente algo por debajo de lo que estuvo al principio del período.

Gobierno, oposición y opinión pública
Si se dan estas regularidades en la percepción que la opinión pública tiene respecto al gobierno, entonces los partidos políticos pueden basarse en el conocimiento del ciclo para ajustar sus estrategias.
La meta del gobierno será, seguramente, llegar al final del ciclo en un punto que sea el más alto posible en materia de popularidad. Y la meta de la oposición será seguramente en espejo: que el gobierno llegue al final del ciclo en el punto más bajo posible.
No es difícil entonces organizar las acciones, ya sea del gobierno o de la oposición, de manera tal que se aproveche y saque partido a las distintas etapas del ciclo. Hacer que juegue a favor. De eso se trata.
1 hormona que sube y baja al ritmo de los resultados electorales

¡Qué distintos que somos de los animales! ¿Verdad que sí?
Hmm. ¿Tan distintos? ¿Qué tanto? Veamos.

Una manada de animales tiene una estructura jerárquica

Un jefe de manada y luego toda una arquitectura del poder. Unos con más poder, otros con menos. Y luchas que pueden ser violentas por desalojar a quien está en el poder y sustituirlo por otro.
Cada pelea deja instaurado un statu-quo. Un orden social que se mantendrá durante un cierto tiempo. Y esto ocurre porque el derrotado asume su derrota, se vuelve menos agresivo y a veces hasta sumiso.
Lo cual es una forma de protegerse a sí mismo, ya que de continuar atacando al jefe saldría lastimado.

También es una forma de proteger a la manada, ya que la misma no podría vivir en un contexto de peleas interminables y permanentes.
La pieza clave de ese orden social, entonces, es la actitud relativamente sumisa que adopta el derrotado una vez culminada la pelea por el poder.

Una sociedad humana también tiene una estructura jerárquica
Un Presidente, ministros, legisladores, alcaldes, gobernadores…En suma: arquitectura del poder entre los humanos.
Hay luchas por el poder, también. En particular, y pensando en términos democráticos, luchas electorales. Cada 2, 4 o 5 o 6 años, según el país y la elección. Luchas que pueden llegar a ser feroces.
El que gana la lucha es quien gobierna. El derrotado acepta la nueva situación. Y en el conjunto de la sociedad crece durante un cierto tiempo la figura del ganador (la llamada “luna de miel”de amplios sectores del electorado con quien triunfó).
El derrotado tiende a apaciguarse, y así se protege a sí mismo y protege a la propia sociedad (que tampoco podría vivir en un conflicto permanente).
Se instaura un nuevo statu-quo.

Una hormona llamada testosterona

La testosterona es una hormona vinculada entre otros aspectos a la agresividad, la toma de riesgos y la reacción frente a las amenazas. Cuanto mayor presencia de la hormona, mayor desarrollo de dichos aspectos. Dije agresividad, toma de riesgos y reacción ante las amenazas.
Bien podría haber dicho lucha por el poder. Porque es una hormona que impulsa conductas vitales a la hora de disputar el poder.
Es una hormona, por otro lado, cuyos niveles suben y bajan en el ser humano en función de diversas situaciones.
Las victorias, por ejemplo a nivel deportivo, elevan los niveles de testosterona lo cual lleva al ganador a luchar más agresivamente aún en pos de nuevos triunfos. En cambio las derrotas, también a nivel deportivo, descienden el nivel de testosterona de tal manera que el vencido se repliega y retrocede.
La testosterona baja luego de una derrota política.

Recientemente fue confirmado. La testosterona baja después de consumada una derrota política. Por lo menos en los hombres.
Científicos norteamericanos de la Duke University y de la University of Michigan estudiaron el tema en torno a la elección presidencial del año 2008 en Estados Unidos. Analizaron los niveles de testosterona en un grupo de votantes de Obama y en un grupo de votantes de McCain. Lo hicieron en 2 oportunidades para cada grupo: antes y después de la elección.
Los resultados del experimento fueron los siguientes:
1. Los hombres que votaron al ganador Obama presentaron niveles estables de testosterona antes y después de la elección.
2. Los hombres que votaron al perdedor McCain tuvieron niveles de testosterona mucho menores después de conocido el resultado electoral.
3. Las mujeres mantuvieron estables sus niveles de la hormona antes y después de la elección.
Conclusión: la derrota política baja los niveles de testosterona en los hombres. O sea que el grupo perdedor queda con sus hombres (dirigentes y militantes) en una especie de inferioridad hormonal temporal para la batalla por el poder.
Este hecho podría explicar varios fenómenos políticos conocidos. Por ejemplo la sucesión de derrotas consecutivas de un mismo candidato y/o partido, configurando rachas o ciclos de resultados similares a lo largo de cierto tiempo. O también la ola de popularidad que disfrutan los ganadores durante los primeros meses posteriores a su triunfo.
¿Seremos tan distintos de los animales?


Articulo escrito por Fernando Miguel Silvestre

martes, 21 de noviembre de 2017

Política post-factual y sociedad post-mediática (más posverdad)

La superación del momento post-factual en el que parece que nos encontramos requiere que el periodismo profesional y organizado vuelva a jugar su papel de mediación y de foro deliberativo ante la opinión pública


2 016 podría ser bautizado como el año en que se hizo realidad, tras mucho tiempo de incubación, la denominada política post-verdad, o más genéricamente, la política post-factual.
De hecho, la expresión ha sido elegida como palabra del año por el Oxford Dictionary. Aunque el concepto se empezó a utilizar a principios de la década y para ilustrar las posturas contrarias al cambio climático por parte de políticos, electores y muchos expertos y que desoían las pruebas científicas sobre su existencia, no ha sido hasta este año cuando ese nuevo término se ha utilizado extensamente para dar luz a otros muchos fenómenos, especialmente visibles en campañas electorales y consultas ciudadanas.
Un artículo de William Davies en el New York Times (“The Age of Post-Truth Politics”, 24 de agosto de 2016) y un reportaje de portada de The Economist (“Post-truth politics. Art of the lie”, 10 de septiembre de 2016) abrieron la puerta a numerosas reflexiones públicas sobre este tema, en especial con motivo de acontecimientos catalogados como llamativos o sorprendentes, caso de la emergencia de Donald Trump como candidato republicano a la presidencia estadounidense o del éxito del Brexit en el referéndum británico.
Poco a poco, la lógica de la política post-verdad se ha extendido, como marco de análisis, para dar sentido a otros fenómenos a priori inesperados, desde la meteórica emergencia de los extremismos de izquierda o de derecha en muchos países europeos, hasta la negativa del pueblo colombiano al referéndum por la paz liderado por el Presidente Santos.
En todos los casos citados hay una cierta lectura de los hechos –sobre todo por parte del establishment– que interpreta que en la actualidad, en la vida pública, se producen equivocaciones colectivas, resultados fallidos; que los fenómenos comentados (victorias electorales sorprendentes, activación de radicalismos, etc.) no son consecuencia de una deliberación pública racional, sino, más bien, de complejos procesos de movilización irracional, apoyados en la fuerza de las emociones y los sentimientos.
Y estos se activan con eslóganes simplistas, con verdades a medias o con mentiras flagrantes. No es que la verdad sea siempre falseada o contestada, sino que pasa a ser un asunto de segundo orden. Las clases políticas tradicionales, buena parte de la intelectualidad, los medios de comunicación convencionales, y muchas otras instituciones tradicionales de la vida pública, ven con sorpresa y temor una situación ante la que no saben muy bien cómo reaccionar.


CONDICIONES DE LO POST-FACTUAL

La idea de una sociedad post-verdad, o mejor, de una arena pública de esa naturaleza, tiene que ver con la dificultad para fijar y compartir con la ciudadanía hechos que sean aceptados generalmente como verdaderos.
Por supuesto, los hechos no tienen sentido por sí mismos, y es necesario dárselo, pero hubo un tiempo en que muchos de ellos, como es lógico, tenían un sentido casi generalmente compartido.
Siempre podía quedar alguien que dudara del exterminio nazi, pero la realidad se imponía casi universalmente.
Hoy la cosa no es tan sencilla, y muchos estadounidenses creen que Obama ha financiado al islamismo radical o muchos españoles piensan que las empresas del IBEX aúpan y derriban presidentes.
Del mismo modo, quizá antes se podía discrepar sobre qué política económica era la más adecuada para una determinada coyuntura, pero quienes discrepaban al menos aceptaban que ciertos hechos –reflejados en datos como los de la inflación, el desempleo, etc.– eran reflejo suficientemente bueno de la situación, de la realidad.
Hay varios factores que llevan a que el famoso adagio periodístico “Facts are sacred, opinions are free” se esté transformando en su contrario, generando esa sociedad y esa política post-factual. A continuación se ofrecen algunos de ellos, más como ilustración que como una relación detallada de las fuerzas en juego.
E l primero de esos factores, sin duda alguna, es la grave crisis económica que se arrastra desde 2008.  Sobre todo en los países más desarrollados, millones de ciudadanos se han visto golpeados por las consecuencias de una crisis económica y financiera que los poderes políticos y económicos no supieron anticipar, que ni siquiera los expertos se han puesto de acuerdo a la hora de interpretar, y que ha generado políticas económicas de dudosa eficiencia, sobre todo desde el punto de vista de la resolución de los problemas de la gente más desfavorecida.
La divergencia entre los discursos oficiales y la historia popular sobre la crisis ha generado una enorme desconfianza y una reacción de indignación por parte de grupos sociales cada vez más numerosos.
La indignación y el temor de muchos ciudadanos han sido el caldo de cultivo para la emergencia de populismos de izquierdas y de derechas, que promueven una visión simplista y maniquea de lo que sucede, así como de las soluciones a los problemas, apoyándose en un debate emocional del “ellos” contra “nosotros” (ricos versus pobres, élites versus la gente, inmigrantes versus nacionales, e incluso, musulmanes versus el resto).
Ante tales dicotomías, los hechos y los datos –que los hay de todo tipo– son seleccionados de tal modo que sirvan para reforzar la propia posición y para atacar la contraria, independientemente de su relación más o menos fundamental con la realidad.
U n corolario necesario de esta situación es el ataque a las élites y el desprestigio de los expertos.
Por un lado, las élites gobernantes en muchas sociedades liberales han sido corrompidas por el dinero y por los intereses especiales, y han perdido el contacto con la ciudadanía. Por otro, en la lógica del pensamiento que impera en el entorno de la política post-factual, se considera que los expertos están al servicio del establishment, y por tanto no se puede esperar de ellos un conocimiento cierto, sino información interesada.
Los análisis y los datos que aportan son sospechosos, cuando no falsos.
Es lo que Michael Gove, uno de los políticos conservadores británicos más activos en favor del Brexit, quiso expresar cuando dijo que “la gente de este país ya a tenido suficiente de los expertos”.
Por la izquierda, la parlamentaria laborista Gisela Stuart, en defensa de la misma posición, señalaría que “sólo hay un experto que importa, y ese eres tú, el votante”.
Y ante la continua publicación de datos y análisis de los costes del Brexit para los ciudadanos, el líder de Ukip, Nigel Farage, los descalificaba afirmando que los supuestos expertos independientes que los generaban estaban en la nómina del Gobierno británico o de la Unión Europea (que abogaban por la permanencia de Gran Bretaña en la Unión). Similares posturas y razonamientos, de supuesto o real desenmascaramiento de los datos y de los juicios expertos, se reproducen una y otra vez. Pero el fenómeno se ha generalizado de tal forma, que ya no es sólo prerrogativa de uno de los bandos –el que pone en duda el establishment–, sino que a menudo ambos se emplean a fondo en la desautorización de los expertos del otro.
De este modo, prácticamente en todo debate público de ideas, de posturas, de
políticas, etc. se necesita una intensa labor de fact-checking que, en cualquier caso, nunca acaba de resolver las dudas y la estupefacción del ciudadano.
Es más, en ocasiones, no hace sino reforzar la desconfianza generalizada  sobre la información que se maneja. L a relativización de los hechos y de los datos que los reflejan se produce en un entorno de verdadero diluvio  nformativo.
Casi sobre cada acontecimiento, sobre cada realidad, se generan de forma instantánea millares de análisis, de opiniones, de versiones, de datos que tratan de darles sentido, que además se van acumulando, de forma más o menos caótica, en las redes de información, y se distribuyen con una capilaridad casi infinita a través de los variados terminales a los que los ciudadanos están conectados.
En la era de los big data nada es lo que parece en un primer momento, ya que siempre se puede contar con más información que matiza, que da una nueva visión, que aporta nuevos datos, que los contrasta con otros ya existentes. Hay demasiadas fuentes, demasiados métodos de análisis y se carece de referencias de autoridad que sean aceptadas como intérpretes de esa complejidad. Es más, la complejidad misma pasa a ser sospechosa. En cierta medida, nunca habrá consenso sobre un hecho tan objetivo como el número de asistentes a una manifestación, ya que contaremos con el dato aportado por cada manifestante, el de las autoridades, el de los convocantes, el de la policía, el de los que se oponen a la causa de la manifestación, el de un servicio especializado de geolocalización, el de un análisis apoyado en la tecnología de infrarrojos, etc. etc.
Las fuentes, por otra parte, son tan abundantes y diversas que pierden su carácter referencial y de autoridad. Cada cual acaba confiando en el dato que más se acerca a su opinión o que confirma su prejuicio sobre el asunto.
Ante tal avalancha informativa, las nuevas tecnologías y el reducido número de gestores de plataformas que las hacen cercanas y útiles –Google, facebook, Twitter e Instagram, entre otros–, potencian la creación de espacios personales de información, en los que el ciudadano acaba cobijándose, ante el diluvio de contenidos, en un reducido y manejable, confiable y seguro universo informativo dominado por las relaciones con sus más cercanos, desde el punto de vista personal, profesional, ideológico, etc.
Como comenta en The Guardian Jerry Daykin, “los medios sociales nos organizan naturalmente en burbujas de personas con las mismas opiniones. Lejos de romper barreras y exponernos a opiniones nuevas y desafiantes, estas plataformas simplemente nos facilitan encontrar a más gente que piensa
como nosotros en cualquier lugar del mundo. (…)
Los algoritmos que la mayoría de estos servicios utilizan para controlar el flujo de contenidos a los que accedemos se optimizan automáticamente en torno a la información a la que mejor se responde, que casi con toda seguridad filtra y deja fuera las opiniones contrarias a las propias”.
E n esos círculos concéntricos, en los que fluyen los hechos y los datos que mejor se ajustan a los propios prejuicios, las emociones y sentimientos individuales se muestran en un uso perverso del lenguaje, que deja de lado la apelación al rigor y a la realidad de las palabras para resaltar la función de enmascaramiento y agitación propia de los eslóganes.
Una misma realidad se puede reflejar con expresiones completamente opuestas.
Lo que en ciertos círculos se percibe como una “agresión sexual” en otros se puede catalogar como una “reacción ante una provocación”; o lo que para unos es el “Estado nos roba”, para otros, como en el caso del problema entre Cataluña y España, es “esa Comunidad es una privilegiada“.
De hecho, la fuerza de la palabra se debilita y los significantes van perdiendo su relación con unos significados conectados con la realidad y válidos para todos.
El canal televisivo más ideológico de los Estados Unidos, Fox News, se autodescribe sin rubor como “Fair and Balanced”; el partido radical alemán Alternative für Deutschland utiliza el eslogan “Mut zur Wahrheit! (¡En honor a la verdad!); el partido español Podemos se arroga unilateralmente la representación de “la gente”; los políticos de la austeridad en Europa se refieren a la “consolidación fiscal” para evitar hablar de recortes.
Por supuesto, cada una de esas expresiones tiene un significado nítido y claro en el entorno de quienes se alinean con esas propuestas, pero al margen del significado más ampliamente compartido que las palabras, y su referencia a la realidad, tenían en el pasado. Siempre ha existido la perversión del lenguaje, su uso propagandístico, su utilización emocional por encima de su significado racional, etc., pero quizá nunca como ahora eso es tan posible en todos los ámbitos vitales,  especialmente en temas relacionados con la vida pública.
La apropiación del lenguaje pasa a convertirse en un objetivo central de los movimientos políticos que pescan en las aguas de la política post-factual.
Además de los comentados, uno de los factores que prácticamente todos los análisis relacionan con la llegada de la política post-factual es la creciente debilidad de los medios de comunicación y del papel del periodismo en las sociedades democráticas del siglo XXI.

PERIODISMO Y SOCIEDAD POST-MEDIÁTICA

Alexis de Tocqueville, hace ya casi doscientos años, escribió que “You can’t have real newspapers without democracy, and you can’t have democracy without newspapers” ("No se pueden tener periódicos reales sin democracia, y no se puede tener democracia sin periódicos").
Al menos desde la época de Tocqueville, primero en forma de periodismo ideológico y después de periodismo profesional, la actividad desarrollada por los medios de comunicación ha sido fundamental para promover el debate público, el intercambio de ideas y opiniones plurales y diversas, necesario para el funcionamiento de las democracias modernas. Asimismo, los medios se han erigido como instituciones fundamentales en la promoción del conocimiento, de la cultura y de la sociabilidad, contribuyendo a la unidad e identidad de los pueblos y las naciones.
Por último, los medios han ejercido como el “cuarto poder” –contrapeso– y el “perro guardián” –vigilancia– de la sociedad frente a los excesos del resto de poderes políticos, económicos, militares, etc.
Por supuesto, funciones tan nobles sólo han sido cumplidas a medias, dependiendo de los lugares, los momentos históricos y la propia estructura del sistema mediático. Desde la misma aparición de los medios, tanto en sus versiones de medios públicos como privados, se ha criticado el grado en que cumplían o no con misiones tan importantes como las citadas, enmarañados –como siempre lo han estado– en una red de relaciones y conflictos de intereses ideológicos, políticos, económicos y comerciales.
Más recientemente, sobre todo a partir de los años setenta del siglo XX, el periodismo realizado en unos medios cada vez más diversos –prensa, radio, televisión– y en condiciones de mercado cada vez más competitivas ha sido objeto de escrutinio continuo, sobre todo porque está en manos de grandes corporaciones guiadas más por intereses comerciales que profesionales.
Pero con sus luces y sus sombras, hasta hace bien poco el periodismo contaba con el beneplácito social como institución central en las democracias.
S in embargo, la sucesiva aparición de nuevas tecnologías y su popularización, ya en el nuevo siglo, ha ido erosionando esa función institucional de los medios y desfigurando el ejercicio del periodismo.
Por un lado, el reto tecnológico ha puesto en jaque el modelo de negocio tradicional de los medios de comunicación, basado en la publicidad y el pago por los contenidos, y ha generado un ecosistema informativo en el que las empresas periodísticas cada vez tienen más dificultades para desarrollar su actividad y se debilitan más y más ante la emergencia de nuevas modalidades de producción y distribución de información.
Millones de personas, miles de nuevas empresas digitales y un puñado de enormes negocios globales de gestión de contenidos (buscadores, redes etc.) constituyen una plataforma inabarcable de suministro de noticias para los ciudadanos, que las consumen en tiempo real, a golpe de memes y de mensajes de 140 caracteres, sin recabar en exceso –más bien, sin hacerlo en absoluto, por ejemplo entre los más jóvenes– en la fiabilidad, profesionalidad o autoridad de las fuentes.
Por otro lado, la muy sana idea de que gracias a las nuevas tecnologías cualquier ciudadano puede participar en el debate público se ha transformado en el principio de que cualquiera puede actuar como un cierto medio de comunicación –que elabora y difunde contenidos–, informando, comentando y analizando, tanto la actualidad más personal y cercana, como muchos otros temas de interés público. Toda persona, en este nuevo contexto, es un “periodista ciudadano” en potencia. En ese entorno se difuminan las fronteras entre el periodismo y otras formas de comunicación o activismo, que no tienen por qué seguir –y en general no lo hacen– las buenas prácticas de esa profesión. El rigor, la fidelidad a la realidad, el contraste de fuentes, la imparcialidad, la distinción entre información y opinión, el criterio periodístico en la selección de temas, etc., etc., dejan de tener sentido. Aunque muchos de esos conceptos se han puesto en duda una y otra vez, desde dentro y desde fuera de la profesión, es cuando prácticamente desaparecen –en ese universo caótico de contenidos sobre la actualidad– cuando realmente se les echa en falta. L a situación se complica cuando buena parte de los medios, esos que en el pasado trataban a duras penas de cumplir las nobles funciones públicas que se les asignaban, tira la toalla y se enzarza en las mismas batallas del impacto por el impacto, el sensacionalismo, la superficialidad y el emotivismo. Aquejados por sus problemas económicos, desconcertados por los retos de las nuevas tecnologías y remisos a perder su influencia en la sociedad, muchos medios han dejado de creer en lo que habían creído en los dos últimos siglos. Así, sus mensajes, sus verdaderas aportaciones al debate público, crecientemente menguantes, y sus contenidos desechables cada vez más numerosos se disuelven sin orden ni concierto en el ruido generalizado que rodea a los temas de actualidad.
Los datos se mezclan con las opiniones, las verdades con las mentiras, las noticias con los rumores y bulos (fake news), y todo ello se esparce con una capilaridad casi infinita, hasta que finalmente es filtrado por el amigo o el colega en Facebook o Twitter, para ser consumido en alguna de las múltiples terminales a las que estamos conectados.
Con unos medios de comunicación famélicos y un periodismo desdibujado caben a sus anchas la mentalidad post-factual y la lógica de la intoxicación, el prejuicio y la propaganda.
La política post-factual corre paralela a un (supuesto) periodismo post-factual que es el modo más común de informarse en una sociedad post-mediática. Los medios han dejado de ser, para gran parte de la sociedad, la autoridad informativa, y muchas veces moral, que ayudaba a los ciudadanos a tomar mejores decisiones, a entender mejor el mundo que les rodea, y a participar de manera más plena en la discusión pública.
En esa sociedad des-mediatizada, con una gran fragmentación de fuentes de información y con audiencias cada vez más atomizadas, surgen por doquier actividades pseudo-periodísticas que difunden mensajes viscerales, contenidos que mezclan realidad con ficción e imágenes impactantes para agitar las conciencias y activar las emociones.
Las últimas elecciones estadounidenses han sido buena muestra de este fenómeno.
Con prácticamente todos los medios tradicionales en su contra –incluso con el New York Times suspendiendo temporalmente su tradición de imparcialidad, para combatir su candidatura–, Donald Trump y sus mensajes lograban captar la atención de millones de personas a través de blogueros y websites afines al candidato que actuaban como agitadores, con Breitbar News y Drudge Report como modelos de referencia.
De este modo, el populismo político, tan propio de la política post-factual, se retroalimenta con el populismo periodístico, en el que los medios dejan de jugar su papel institucional de mediadores profesionales para convertirse en activistas del enfrentamiento (del “nosotros” contra “ellos”), en medios de expresión de figuras carismáticas y en foro de discusión en el que predomina lo que el pensamiento superficial y simplificador.
La sociedad post-mediática es condición necesaria de la política post-factual, cada vez más alejada de una acción política y una opinión pública racional y deliberativa.
Recientemente, Jürgen Habermas, uno de los autores que más y mejor ha reflexionado sobre la necesidad de esa sociedad deliberativa –y que no es sospechoso de ser condescendiente con el sistema de medios tradicional, al que ha criticado en infinidad de ocasiones–, se hacía eco de esta realidad.
En una entrevista en el Frankfurter Rundschau, comentaba en 2014:
“A lo largo del siglo XIX –con la ayuda de los libros y los periódicos de masas– fuimos testigos del nacimiento de las esferas públicas nacionales, en las que la atención de un cuantioso e indefinido número de personas podía aplicarse a unos mismos problemas. (…)
La esfera pública clásica surgía del hecho de que la atención de un público anónimo se ‘concentraba’ en unos pocos problemas importantes, de interés público, que de una u otra forma debían ser regulados. Esto es lo que Internet y la web no saben cómo hacer. (…) En el maremagnum de ruido digital las comunidades creadas en torno a la comunicación son como archipiélagos dispersos: hay billones de ellos. Lo que les falta a esos espacios comunicativos (cerrados sobre sí mismos) es un vínculo inclusivo, la fuerza inclusiva de una opinión pública en la que se resaltan las cosas que son realmente importantes. Para crear esa “concentración”, la primera necesidad es saber cómo seleccionar –para conocer y comentar– la información, los temas y las discusiones relevantes. Por decirlo brevemente, en el maremagnum del ruido digital, las habilidades del buen periodismo –tan necesarias hoy como en el pasado– no deberían perderse”.

PERIODISMO PROFESIONAL Y ORGANIZADO

El futuro del buen periodismo, o al menos del tipo de periodismo que históricamente ha sido esencial para el funcionamiento de una sociedad democrática, depende tanto de su adaptación a los cambios tecnológicos y económicos, cuanto de su capacidad para preservar algunos de los principios y prácticas profesionales que le han dado sentido a lo largo de la historia. Hasta ahora, más bien con poco acierto, los medios han tratado de navegar en las turbulentas aguas generadas por esos cambios. En muchos casos, se han dejado llevar por los acontecimientos y por las exigencias de un entorno comunicativo dominado por nuevas ideas, no siempre compatibles con su identidad.
Quizá sin ser muy conscientes de ello, los medios han acabado convirtiéndose en cómplices de la política post-factual, tanto por acción como por omisión. La recuperación de su papel en esta sociedad post-mediática pasa por repensar el sentido del periodismo profesional y organizado en el contexto
informativo actual.
Frente a los pseudo-periodismos y el periodismo amateur, el periodismo profesional debe recuperar la capacidad de salirse del flujo ingente y caótico de contenidos que inunda la sociedad, del enorme ruido digital al que se refiere Habermas, para seguir buscando aquello que es necesario que se sepa y que se desconoce, para trabajar con agendas propias, para separar el grano de la paja en los fenómenos de actualidad, y dar un sentido contextualizado a los acontecimientos informativos más relevantes.
Ya sólo la tarea de agregación, síntesis, verificación y valoración de fuentes e informaciones relevantes en torno a los temas clave de la actualidad, en ese universo caótico, es un trabajo insustituible del periodista, que tiene sentido si está basado en la confianza que en él depositan sus lectores y la sociedad. La superación de la política post-factual necesita más periodismo profesional, no menos.
Ese periodismo profesional, históricamente, ha sido un periodismo realizado en organizaciones, entre otras cosas porque el buen periodismo, el que se erige en pilar básico y estable de un sistema democrático, sólo puede ser resultado de una obra colectiva.
Los grandes medios periodísticos, los que han jugado y en cierta medida siguen jugando un papel fundamental en la configuración de la opinión pública, son resultado de la actividad de empresas, fundaciones, entes públicos u otras modalidades de organización, a menudo complejas e intensivas en recursos económicos y humanos. La organización con misión periodística, en este sentido, no tiene sustituto útil en otras modalidades de generación y difusión de información altamente personalistas (blogs, webs, micro- portales de contenidos, etc.) o altamente mecanizadas (plataformas de búsqueda, redes sociales, etc.).
La superación del momento post-factual en el que nos encontramos, al menos en muchas democracias occidentales, requiere que el periodismo profesional y organizado vuelva a jugar su papel de mediación en la opinión pública, el que ha jugado a lo largo de buena parte de su historia reciente, aunque eso suponga que tenga que reinventarse y adaptarse a los nuevos tiempos.
De lo contrario, volveremos (...llegamos?) a una era pre-profesional, la del periodismo ideológico y de campaña de hace casi dos siglos, incubado en sociedades pre-democráticas.


La política de las emociones


En la era tecnológica, las emociones públicas nos están moviendo de nuestro estado social y político habitual.
En esta era, también postmediática, las narrativas y los símbolos que configuran la opinión pública, pilar esencial de nuestra democracia, dejan de estar en manos de las élites pensantes y son construidas por las masas. Masas irracionales. Masas emocionales que favorecen los populismos. En este contexto, los medios de comunicación, como tantas veces se ha dicho, se convierten hoy más que nunca en la piedra angular de nuestra enferma democracia.
Razón y emoción. Ya dejó claro Aristóteles hace siglos cuál de las dos debe prevalecer para la buena vida. «La felicidad suprema reside en el ejercicio de la razón, pues el hombre es razón, más que ninguna otra cosa».
Las emociones, para Aristóteles, no tienen por qué ser como caballos desbocados, sino que pueden domarse a través de un ejercicio cognitivo que resulte en un cambio de creencias. De ahí que Aristóteles aspirara a provocar emociones virtuosas en las audiencias a través de la buena oratoria, una oratoria efectiva, que consiguiera cambiar las creencias.
La segunda afirmación de Aristóteles es que la virtud más elevada está solo al alcance de las élites. La democracia moderna, por tanto, ha de conferir el poder a unos pocos elegidos. Idealmente, a los virtuosos. Hasta la irrupción de las redes, hemos vivido cómo esto se traslada a la información, que quedaba concentrada en manos determinados medios de comunicación cuyas agendas condicionaban el estado de la opinión pública de un país. Con sus vicios y virtudes, con sus revoluciones y sus revueltas, así se ha mantenido «ordenado» el modelo democrático liberal durante más de dos siglos, fundamentalmente en Estados Unidos y en Inglaterra.
Pero la tecnología y las redes han logrado lo que nunca se había logrado en la historia de la democracia occidental: invertir la pirámide de élites y masas. Surge así la posibilidad de nuevas formas democráticas, cuyas consecuencias estamos comenzando a conocer.
Podemos aventurar que la primera consecuencia es el dominio de las emociones frente a la razón en la esfera pública. Cobra aquí relevancia la reflexión del politólogo francés Dominique Moïsi: «Algún día, el mapa de las emociones se convertirá en un ejercicio tan legítimo y forzoso como cartografiar el espacio geográfico».
El asesor del Instituto Francés de Relaciones Internacionales escribió en 2009 el libro La geopolítica de la emoción, en el que describe cómo el miedo, la humillación y la esperanza están dando nueva forma al mundo. Para el autor, el miedo domina Europa y Estados Unidos, la esperanza predomina en Asia y la humillación abunda en los países árabes. Esta distinción emocional, lejos de ser reduccionista o estereotípica, es una clara llamada para entender al «otro» en la era de la globalización.
Pero la victoria de Emmanuel Macron el pasado 7 de mayo nos demuestra que la predominancia de una emoción frente a otra no depende tanto de las regiones, sino de otro fenómeno. Un fenómeno que ha cogido tracción en Occidente en estos últimos años postcrisis. Hablamos del enfrentamiento político, social y cultural entre las élites aliadas de la globalización económica, tecnológica y científica y las masas víctimas de la deslocalización, la robotización y la digitalización. La España «de la casta», como diría Pablo Iglesias para referirse a las primeras, y la Francia des oubliés («de los olvidados»), como diría Marine Le Pen para calificar a las segundas.
En muchos países europeos y en Estados Unidos, estamos siendo testigos de esta tensión entre élites y masas, que está claramente detrás del auge de populistas como Iglesias y Le Pen, Nigel Farage o Donald Trump, y que está marcando la dinámica emocional en Occidente. Así, la esperanza ganó en Francia con la victoria de Macron, mientras que el miedo ha triunfado en los países anglosajones, con el inimaginable encumbramiento de Trump al frente de la Casa Blanca o del igualmente inesperado brexit.
«Estas victorias electorales sorprendentes no son consecuencia de una deliberación pública racional, sino, más bien, de complejos procesos de movilización irracional, apoyados en la fuerza de las emociones y los sentimientos», escribía hace poco Ángel Arrese, profesor de Medios de Comunicación en la Universidad de Navarra.
En este contexto, parecen adecuadas ciertas medidas que están tomando países como Alemania, donde se está obligando a Facebook o Twitter a controlar los debates emocionales que se generan en sus plataformas. Y también resulta esencial que los medios tradicionales recuperen su papel histórico en el establecimiento de la agenda pública. Lo resume estupendamente el filósofo Daniel Innerarity en su último, Medios que medien: «Necesitamos la mediación de los medios como instrumento de orientación en entornos poblados de mentiras, pero todavía más de datos irrelevantes y estados de ánimo confusos».


Medios que medien


La actual fascinación por las redes sociales, la participación o la proximidad pone de manifiesto que la única utopía que sigue viva es la de la desintermediación. Una desconfianza ante las mediaciones nos lleva a suponer automáticamente que algo es verdadero cuando es transparente, que toda representación falsifica y que todo secreto es ilegítimo. No hay nada peor que un intermediario. Por eso nos resulta de entrada más cercano un filtrador que un periodista, un aficionado que un profesional, las ONGs que los gobiernos y, por eso mismo, nuestro mayor desprecio se dirige a quien representa la mayor mediación: como nos recuerdan las encuestas, nuestro gran problema es… la clase política.

Hay una lógica de fondo que conecta el desinterés hacia el periodismo (porque en las redes uno ya se informaría y expresaría sin necesidad de autorización alguna), la preferencia por los mercados escasamente regulados (suponiendo que la mera agregación espontánea de los intereses produce los mejores resultados) y el desprecio hacia la política (dado que los artificios de la representación no servirían más que para falsificar la verdadera voluntad de la gente, que se haría valer mejor cuanto más directa o plebiscitaria fuera la democracia). En estos tres casos, que caracterizan muy bien el modo de pensar dominante de nuestra época, late la idea de que el mundo (es decir, la verdad, la justicia y la democracia) están inmediatamente a nuestro alcance y que los procedimientos e instituciones para la configuración de estos valores son los culpables de su desfiguración. La lógica del click, el voto o la opinión espontánea harían innecesarios cualquier instrumento para elaborar las opiniones y las decisiones; periódicos, regulaciones, partidos, sindicatos, parlamentos serían igualmente innecesarios e incluso enmascaradores de la realidad o de la voluntad del pueblo.

Este es, a mi juicio, el contexto más apropiado para pensar la actual crisis del periodismo y para defender su valor en una democracia. El discurso acerca de la «postverdad» nos está distrayendo de algo más preocupante que la intencionada distorsión de la realidad por parte de algún malvado: la propia incapacidad de los sujetos para hacerse cargo de la complejidad informativa del mundo.

Si estamos en una época de creciente incertidumbre no es porque alguien este deliberadamente creando confusión, sino porque carecemos de instrumentos que organicen los datos, ponderen los juicios y ofrezcan una visión coherente de la realidad. Necesitamos esta mediación de los medios como instrumento de orientación en entornos poblados de mentiras, por supuesto, pero todavía más de datos irrelevantes y estados de ánimo confusos. Esta defensa de las mediaciones no supone rendirse a la autoridad de algún mediador privilegiado, entre otras cosas porque hay muchas mediaciones que compiten entre sí; es un reconocimiento de que nuestras limitaciones cognitivas no proceden de que sea escasa la información sino de que no andamos sobrados de instrumentos para hacer frente a la complejidad del mundo y orientarnos en él.
Las sociedades avanzadas reclaman con toda razón un mayor y más fácil acceso a la información. Pero la abundancia de datos no garantiza vigilancia democrática; para ello hace falta, además, movilizar comunidades de intérpretes capaces de darles un contexto, un sentido y una valoración crítica. Separar lo esencial de lo anecdótico, analizar y situar en una perspectiva adecuada los datos, exige mediadores que dispongan de tiempo y competencia. En este trabajo de interpretación de la realidad también son inevitables los periodistas, cuyo trabajo no va a ser superfluo en la era de internet sino todo lo contrario.


Articulo escrito por Fernando Miguel Silvestre



viernes, 17 de noviembre de 2017

Estamos en el Quinto Infierno - por Nick JB

Nada de lo que nos pasa era, es ni será necesario… Solo le ocurre a un país que mira estupideces,
cree estupideces y odia por que es soberbio.

Cuando el pueblo mira estupideces y se las cree lo que los medios hegemónicos le dicen y deja de ver
las políticas publica…. Paga muy caro.!!!

No es necesario ser un economista, yo lo vengo diciendo desde 2009 y destruyeron el país…
pero no es Macri, eres tu con tu voto y con tu odio.

Reaccionaste con tu visera, dormiste la realidad y tu razón. Así que ahora solo queda sufrir y pagar
y por varias décadas…

El neoliberalismo no tiene otra política que no sea de la que hoy nos muestra…
El neoliberalismo es mafia y especulación. La palabra trabajo no esta en su diccionario.






Juan Marino se presentó en la audiencia pública y le dijo de todo a Aran...

sábado, 11 de noviembre de 2017

Conferencia de prensa en defensa de la Democracia

Discurso de Eugenio Raúl Zaffaroni ante la Comisión de Derechos Humanos
del Congreso de la Nación el 8 de Noviembre de 2017.

Los que me leen, saben que sostuve, sostengo y sostendré que;  El neoliberalismo Argentino tiene en la captación de la Justicia, el baluarte impropio que garantizan la continuidad de sus políticas en contra de todos los Argentinos.  Si la justicia es coaptada estamos en una DICTADURA, lo disfracen de lo que les parezca mejor, es una DICTADURA.  DICTADURA es ausencia de justicia y a partir de ella cualquier acción perversa es posible y tu derecho y el mío no son razones de peso para una vida digna.  Con la Justicia en la mano y absolutamente parcializada, tiene camino orégano para demonizar a cualquier Argentino que se oponga a sus políticas y de mano de la prensa hegemónica, demonizado, destruido y encarcelado.  Amenazas a TODO ciudadano, juicios mediático a los político que no acuerdan con ellos, respuesta airada a cualquier razonamiento que los cuestione y prisión preventiva a funcionarios mediáticamente fusilados.  Censura en las redes y si además sumamos la inmoralidad del 95% de la prensa, el paquete tiene el rotulo de DICTADURA.  Raúl Zaffaroni mejor que nadie te lo dice y aun así en su prudencia no le dice que ya estamos en la DICTADURA, pero yo en mi derecho a la libre opinión sostengo que este gobierno con la justicia captada y en contubernio con la prensa hegemónica sobrepaso los limites que garantizan la libertad en la Patria.  El odio y el miedo son sus objetivos, por que el odio justifica la intolerancia hacia el otro y el miedo acalla las voces y la acción de los preclaros.

Articulo escrito por Nick JB





Conferencia de prensa luego de la represión en Mar del Plata

viernes, 10 de noviembre de 2017

Represión en Mar del Plata a trabajadores - 2DA PARTE RESISTIENDO CON ...

Represión en Mar del Plata a trabajadores - RESISTIENDO CON AGUANTE TV

Los demonios del clientelismo político

Se puede derrotar al clientelismo político. Pero es un proceso lento porque es más un cambio cultural que político. Es un cambio de marcos mentales.
Una provincia en el interior de un país latinoamericano.
Un distrito semi-rural de la provincia.
El sol quema. El calor es intenso. La vegetación exhuberante.
Estamos en campaña electoral y llegamos a un pequeño centro poblado.
Calles de tierra. Espacios públicos en pésimo estado. Viviendas humildes. Pobreza, mucha pobreza.
-¿Sabe lo que a mí me abrió los ojos? -me dice uno de los vecinos.
Es un hombre grandote, de piel curtida, manos encallecidas y mirada franca. El hombre estaba en medio de un grupo de personas que habían salido a recibir a aquella pequeña comitiva política. Primero había saludado con entusiasmo a la persona a la que iba a votar. Y le había agradecido su presencia en el pueblo. Después alguien le había comentado algo acerca de mi presencia en la campaña electoral. Y él se me había aproximado con respeto y hasta con cierto ceremonial. Quería explicarme por qué había decidido dejar de votar al cacique político al que siempre había votado.
El caudillo político de aquel distrito semi-rural era amo y señor de todo.
Amo y señor.
Dinero, propiedades, vehículos, personal a sus órdenes, influencia en todos los círculos, poder político…todo.
Durante décadas su familia ostentó un poder casi feudal. Primero su padre, ahora él, siempre ellos.
Luego de las elecciones el poderoso cacique literalmente desaparecía.
Distante. Inalcanzable. Lejano. Inaccesible para la gente.
También durante las campañas electorales era así.
Con una diferencia.
Él y su gente compraban votos.
Donde dice compraban debe decir exactamente eso: compraban.
Simplemente ofrecían bienes materiales a cambio del voto. Juguetes para los niños, medicinas, ropa, materiales de construcción, promesas de trabajo asalariado, pago de facturas y deudas, bolsas de alimentos y hasta dinero en efectivo.
La noche previa a las elecciones era un clásico de su familia: largas, muy largas recorridas nocturnas. Visitas furtivas en medio de la noche llevando dinero y exigiendo el voto a cambio.
Clientelismo político. En su versión latinoamericana más dura y desprejuiciada. El rostro más crudo del clientelismo político.
-Lo que a mí me abrió los ojos fue la televisión -me dijo el vecino.
Me explicó que mirando televisión se había dado cuenta que en otros lugares la gente de trabajo vivía mejor. Que habían buenas casas y otras comodidades. Que las calles estaban en buen estado. Que los jóvenes podían estudiar. Que nadie tenía que pedirle permiso a ningún señor poderoso para que les otorgara algo. Que la gente podía quejarse y protestar y a veces hasta quitarle el poder a más de uno.
-Y lo que despertó a los jóvenes fue el teléfono y el Facebook ese que tienen…-agregó el vecino con entusiasmo.
La explicación que me dio es simple. Con Facebook en el teléfono los jóvenes ven que se pueden comunicar con facilidad y naturalidad con amplios sectores de la sociedad. Y se dan cuenta que el cacique político local, aunque tenga Facebook, es un ser inaccesible, opaco, oscuro, lejano, que a nadie trata bien y que con nadie dialoga de igual a igual. Que a esos jóvenes les gusta sentirse iguales en Facebook pero que ese cacique cree estar por encima de los demás. No es un igual sino un otro, ajeno. Distinto, extraño.
Clientelismo político en el siglo 21
El clientelismo político sigue vivo, como una rémora del pasado, en pleno siglo 21. Su mantenimiento necesita de algunas condiciones básicas:
Desigualdades extremas de poder político, económico y cultural
Amplios sectores viviendo en la pobreza y la marginalidad
Debilidad de las instituciones públicas
Cultura clientelística en vastos sectores del electorado

En pocas palabras: quienes se benefician del clientelismo político necesitan poder (generalmente lo tienen), necesitan gente pobre y con carencias acuciantes, necesitan débiles estructuras institucionales para poder operar informalmente, y fundamentalmente necesitan que sus ‘clientes’ tengan una ‘cultura de cliente’ (un conjunto de creencias que justifiquen y vuelvan casi natural la práctica del clientelismo político).
Ese conjunto de factores es el que sostiene el sistema. Son factores interrelacionados, y por lo tanto si uno de ellos comienza a fallar entonces es todo el sistema el que se ve amenazado.
Eso es lo que de alguna manera me intentaba explicar el vecino de aquel pobrísimo distrito semi-rural latinoamericano. Cuando me decía que la televisión y el Facebook estaban abriendo los ojos de la gente, en realidad estaba levantando una gran verdad.
¿Será cuestión de ‘santificar’ a la televisión y a las redes sociales como la panacea? ¿Será abogar por una especie de utopía tecno-progresista?
No. Nada de eso.
No se trata específicamente de la televisión o el Facebook.
Se trata de entender que el eslabón débil del clientelismo político es la ‘cultura clientelar’ que anida en la mente de los ‘clientes’.
¿Se puede derrotar al clientelismo político?
Sí, se puede.
Pero no se logra a corto plazo.
¿Por qué?
Porque más que una batalla política es una batalla cultural.
Y los cambios culturales son lentos.
‘No hay nada más sin apuro que un pueblo haciendo su historia’ dice una vieja canción de Alfredo Zitarrosa.
La tecnología ayuda.
Más allá del uso que se le de, el progreso tecnológico colabora ampliando la visión del mundo que tienen las personas.
Mostrando otras cosas, otras vidas, otras posibilidades, otros horizontes.
Y al cambiar drásticamente la vida cotidiana y los hábitos, también instala la idea de que todo puede cambiar.
Todo.
Hasta el poder de ese cacique político que es amo y señor del lugar.
Los demonios que van a destruir al clientelismo político son la educación, la cultura, el progreso económico, la mayor equidad, la institucionalidad, la tecnología, la comunicación y todas las energías de avance social.
Visto así, el clientelismo político está condenado a desaparecer.
Aunque la acción de fuerzas sociales, culturales y políticas puede ayudarlo a irse más rápidamente.
Para eso la clave está en plantearse una estrategia de mediano y largo plazo. Desmontar los marcos mentales de los propios ‘clientes’ que justifican y dan coartadas al sistema. Y construir nuevos marcos mentales de dignidad, de independencia, de autonomía, de respeto, de conciencia, de libertad y de cambio.
¿Que lleva mucho más tiempo que el que uno desearìa?
Claro que sí.
Como decía Neruda: ‘ardiente paciencia’.
¿Acaso es imposible derrotar al clientelismo político?

El clientelismo político es la utilización abusiva del poder del estado para lograr votos a favor del partido de gobierno.
Los ciudadanos pasan entonces a ser clientes y entregan su voto a cambio de favores: un puesto de trabajo, una canasta de alimentos, materiales de construcción, dinero en efectivo y todo lo que la imaginación gubernamental pueda concebir.
¿Se puede derrotar a una maquinaria de esta naturaleza?
Sí. Es difícil, por supuesto. Pero se puede.
De hecho este tipo de maquinarias han sido derrotadas en diversos lugares del mundo.
Que nadie crea, entonces, que por tener estructurado un sistema clientelar tiene asegurado el triunfo electoral.
Y que nadie crea que por enfrentarse a un oficialismo de estas características tiene asegurada la derrota.
Todo está en la mente del votante.
El principal problema para el opositor no está en la conducta de quien compra votos sino en la mente de quien acepta el procedimiento.
La base misma del sistema clientelar es la existencia de un amplio sector de la sociedad que lo acepta. Sector que si afinamos un poco el análisis está compuesto por 2 públicos diferentes:
1. Personas que ven a la política como un lugar donde lograr ventajas personales directas e inmediatas, a costa de lo que sea.
2. Personas necesitadas, que viven una vida muy difícil, una vida llena de carencias y casi vacía de esperanzas.
El primer público es el núcleo duro del clientelismo. Solo dejarían de ser “clientes” del oficialismo si pudieran ser, en mejores condiciones, “clientes” de una oposición que conquiste el gobierno.
Pero son casi inmunes a la comunicación política.
El segundo es el público que puede cambiar.
Es para ellos que la oposición tiene que tener un plan definido. No solo un plan de acción gubernamental para cuando llegue la ocasión. No solo eso. También, y fundamentalmente, un plan comunicacional específico para ellos y sus familias.

Pautas iniciales para pensar la estrategia opositora
1. Promover en esos sectores experiencias sociales diferentes al clientelismo (por ejemplo a través de organizaciones sociales no gubernamentales, sindicatos, asociaciones y grupos de diversa índole de la sociedad civil organizada)
2. Apuntar comunicacionalmente a los más jóvenes, a quienes tienen menos cristalizada en su mente la experiencia clientelar
3. Darle prioridad a la conquista de espacios de gobierno (por ejemplo municipios) y gestionarlos de un modo diferente
4. Impulsar avances tecnológicos que vuelvan innecesaria la presencia como gestores de los punteros políticos del gobierno
5. Llegar a la mente del público objetivo mediante manifestaciones culturales no directamente políticas ni partidarias
6. Valorizar el contacto personal y el diálogo directo como herramientas vitales de la comunicación política
7. Trabajar intensamente el concepto de libertad personal para votar y para vivir sin condicionamientos
8. Construir un horizonte de esperanza donde puedan visualizar una vida mejor para ellos y sus familias
Son solo pautas iniciales, claro está. Pero el camino para enfrentarse al oficialismo clientelista pasa por ahí.
Un camino duro. Pero posible.

Continuidad o cambio

El cerebro del votante es bastante más previsible de lo que parece. Al llegar a un acto electoral se comporta igual que el cerebro del conductor de un vehículo al llegar a un cruce de caminos. ¿Sigo adelante o no lo hago? ¿Continuidad del gobierno o cambio de rumbo?
Esta dimensión debe estar presente en toda estrategia de campaña. Y debe ser trabajada en función de los números de aprobación y desaprobación de la gestión.
Si el gobierno tiene alta aprobación de su gestión, la estrategia obligada del candidato oficialista es el continuismo. En cambio la estrategia del candidato opositor debería ser construir un eje de campaña diferente al de gobierno versus oposición.
Si el gobierno tiene baja aprobación de su gestión, la estrategia obligada de la oposición es el mensaje de cambio. Y en este caso es el candidato del gobierno quien debería construir un eje de campaña diferente al de gobierno versus oposición.
Son solo 3 posibilidades. 2 de ellas simples y fáciles de entender para la población: continuidad o cambio. Y una tercera más compleja: un nuevo eje de campaña.

Cuando los opositores se radicalizan el gobierno suele beneficiarse

Algunos políticos opositores creen que cuánto más radicales sean sus posiciones políticas tanto más daño le harán al gobierno.
Pero no es así.
Y a veces sucede exactamente lo contrario y el que sale beneficiado es el gobierno.
No me refiero a las luchas contra dictaduras ni a las guerras civiles. Me refiero a situaciones democráticas comunes, en países donde la lucha política se despliega dentro de la legalidad institucional.
Dentro de esa legalidad, algunos opositores maximalizan sus posiciones. O sea:
1. Cuestionan al gobierno en todos los terrenos, en todos los temas, cuestionando todas y cada una de sus acciones, criticando todas y cada una de sus palabras, repudiando a todos y cada uno de sus miembros.
2. Elevan al máximo la tensión política de cada día con acusaciones cada vez más duras, con conceptos cada vez más duros y con lenguaje cada vez más agresivo.
3. Acompañan el proceso con una gestualidad despectiva y llena de enojo, y también con un uso agresivo de la voz tanto en tono como en volumen.
¿Por qué ese maximalismo radical beneficia al gobierno?
Porque estrecha el mercado opositor, lo hace más chiquito. Al radicalizarse de este modo la oposición solo convoca a quienes piensan, sienten y actúan exactamente igual. O sea que se condena a sí misma a un círculo estrecho, un círculo de iguales, un grupo reducido. Y la oposición pone así una barrera respecto a un amplio sector del público.

Sector que seguramente:
1. Cuestiona al gobierno en algunos temas y terrenos importantes, pero no en otros. Cuestiona a algunos de sus miembros pero no a todos. Cuestiona algunas decisiones y declaraciones, pero no todas.
2. No soporta vivir en constante tensión política y aunque esté en desacuerdo con el gobierno no adhiere a políticos crispados y enojados.
3. Puede estar en contra de muchas cosas sin llegar a estar enojado ni indignado.
El maximalismo radical de la oposición suele empujar a ese segmento de la sociedad hacia el campo del gobierno, aún con diferencias y discrepancias.
Es más: le ‘regala’ ese público al gobierno. Y ese público termina definiendo una elección.
¿Cual debería ser la regla de oro para la oposición?
Un programa, un estilo, un tono, una acción y un lenguaje que sean incluyentes, abarcativos de todos los descontentos y no solo de los más radicalizados.
En suma: en política, de lo que se trata es de aislar al adversario.
Y lo que hay que evitar es aislarse uno mismo.
No importa el país. No importa quién está en el gobierno y quién en la oposición. Esa es la regla de oro.
Porque si un ciudadano mira y escucha a un político opositor muy radicalizado…entonces piensa:
‘Si para estar en contra del gobierno tengo que estar tan enojado como tú y tengo que pensar exactamente igual en todos los temas…pues no sé lo que haré pero contigo no estaré.’

Las 2 Emociones que Conspiran Contra los Opositores

El cerebro del votante no funciona como una máquina cartesiana completamente lógica y consciente.
Esa es, apenas, la parte visible del iceberg.
Pero por debajo funciona una poderosa maquinaria hecha de emociones y de procesos cognitivos no conscientes.
Un elemento importante en esa maquinaria es la resistencia al cambio, concepto que ayuda a comprender mejor una de las dinámicas emocionales que se ponen en juego en cada campaña electoral.
Sí: me refiero al dilema continuidad o cambio.
Ya sabes: siempre hay un candidato que busca la continuidad mientras los demás proponen cambios.
Y esa confrontación suele desatar emociones, por cierto.
La mente humana se resiste al cambio.
No lo acepta de buen grado ni de inmediato ni por completo.
Esa resistencia es la que hace que el cambio sea más un proceso que un acto. Y al decir proceso tenemos que considerar tiempo y esfuerzo.
Cambiar al partido que está en el gobierno y sustituirlo por otro partido no es nada simple.
Es complejo. Y lo es porque no es un asunto solamente político.
Cambiar va más allá de la razón e involucra fuertes emociones. Por eso el cambio debe procesarse, trabajarse, pulirse.
La resistencia al cambio incluye dos factores que se interrelacionan: el miedo a lo nuevo por ser desconocido y la tristeza por tener que desprenderse de lo que ya es conocido y está integrado de una forma u otra a la vida de las personas.
Miedo y tristeza.
Ahí están.
Esas son las 2 emociones que acompañan y solidifican la resistencia al cambio.
Miedo y tristeza conspiran contra el cambio, trabajan contra él, luchan contra las novedades, se resisten a cambiar.
Acá tenemos una de las claves de lapsicología política de gobernantes y opositores.
Y es que la oposición será tanto más efectiva cuanto más logre minimizar o neutralizar las emociones de miedo y tristeza en el electorado.
La tristeza y el miedo estarán presentes en mayor o menor medida entre los sectores sociales que podrían llegar a ser agentes de cambio.
Serán un ancla en el pasado.
Un ancla que habrá que limar con paciencia.
Y con emociones, claro.

Todo gobierno se plebiscita
Es así en todas las campañas políticas. Y ocurre más allá de la voluntad de oficialistas y opositores. Porque es la propia mente del votante la que tiende a una lógica binaria: sí o no. Aceptación o rechazo.
A favor o en contra del gobierno.
Que siga o que asuma uno nuevo.
Debe tenerse presente que el plebiscito acerca del gobierno es la primera operación mental en el camino hacia el voto. La primera.
¿Cuándo ocurre?
En algunas personas se produce años antes de la elección. En otras meses antes de tener que decidir. Y en otras es en plena campaña electoral.
¿Por qué ocurre?
Porque el cerebro humano tiene un listado interminable de tareas a cumplir, y por lo tanto necesita simplificar al máximo.
¿Debe continuar este gobierno?
Esa es la pregunta del plebiscito mental que cada uno hace. Esa es la pregunta para la cual la oposición necesita un NO como respuesta. Un NO que involucre a la mayoría del electorado.
Los caminos del NO
La tarea básica, esencial y primera que debe cumplir la oposición en sus campañas políticas es instalar y fortalecer el NO en la mente de la mayoría.
Este gobierno NO debe continuar.
Esa es la idea-fuerza.
La gente puede llegar a ese NO por caminos distintos. Desde los más rápidos, los que rechazan al gobierno desde los primeros tiempos, hasta los más lentos que lo rechazan solo al final.
Y el movimiento opositor debe involucrarlos a todos, no solo a los más radicales adversarios del gobierno.
Con ésto quiero decir que construir ese NO es un proceso gradual que lleva su tiempo. No es un café instantáneo. No es una explosión. Es un proceso. Y deben respetarse los tiempos de la gente.
La instalación de ese NO, además, no será a través de una infinidad de temas sino a través de muy pocos temas.
La gente no se va a decidir porque hayan miles de argumentos o de razones, sino por 2 o 3 argumentos o razones fuertes.
2 o 3 temas simples, fáciles de comprender, ligados a la experiencia de la gente y sentidos como importantes.
Así se llega a la idea de que “este gobierno NO debe continuar”.

Diferenciarse dentro del campo del NO
Pero queda la otra parte de la tarea: diferenciarse del resto de la oposición. Porque si todos los opositores son más o menos iguales y se reparten de modo similar los votos…entonces el oficialismo tendrá la chance de ganar a pesar de todo.
Diferenciarse, por lo tanto, es la segunda operación opositora en sus campañas políticas.
Y donde dice diferenciarse no debe leerse “atacar al resto de la oposición”. Debe leerse, simplemente, diferenciarse.
Mostrarse como distinto. No en todo. Tal vez en un gran tema, en un elemento fuerte, en una característica. Un solo aspecto que divida las aguas entre ese candidato opositor, por un lado, y todo el resto por otro lado.
Recordemos aquel opositor llamado Barack Obama
. Recordemos su primera campaña. Pero no por sus enormes recursos sino por su fina y simple estrategia opositora.
Hay que cambiar, decía Obama. El gobierno de Bush y los republicanos no debe continuar. Pero la operación opositora no terminaba allí sino que agregaba que Obama es un hombre nuevo, mientras Hillary (su rival dentro del campo de la oposición) es más de lo mismo, de las familias como los Bush o los Clinton que siempre están al frente en Washington.
Plebiscito y diferenciación. Simplicidad. Contundencia. Hasta quedar parado frente a frente al oficialismo como la única alternativa posible.

12 ventajas de la campaña política del candidato oficialista

Una de las frases más repetidas en los círculos políticos es que “el poder desgasta”. Sin embargo, el ex Primer Ministro italiano Giulio Andreotti le daba un giro entre cínico e irónico a la frase. Y decía que “el poder desgasta, sobre todo a quien no lo posee”.
¿Qué ventajas le da el ejercicio del gobierno a la campaña política del candidato oficialista?
Muchas. A saber:
1. Sabe cómo ganar. Por definición, si el candidato es oficialista es porque él o su partido ya supieron ganar. Ya participaron de una campaña política exitosa y ya tuvieron la oportunidad de hacer un gran aprendizaje. Es un plus importante por encima de quienes nunca ganaron una elección.
2. Conoce el gobierno por dentro. Sabe de sus resortes, de sus mecanismos, de sus vericuetos, de sus posibilidades y de sus números. Con lo cual cuenta con una caja de herramientas muy actualizada para el debate político.
3. Tiene la notoriedad asegurada. Es mucho más fácil para el candidato oficialista lograr que su nombre y su cara sean altamente reconocibles y recordables.
4. Tiene buena cobertura de prensa. Los medios de comunicación le suelen prestar atención extra por el solo hecho de ser el candidato del gobierno.
5. Hay sectores de la ciudadanía que han sido beneficiados por acciones del gobierno y dicha experiencia práctica los hace más proclives a apoyar al candidato oficialista.
6. La campaña electoral cuenta con más dinero ya que los aportes voluntarios del empresariado casi siempre son más generosos para el oficialismo.
7. Al tener más dinero se pueden tener más asesores, más espacios publicitarios, más personal de campaña y mayor infraestructura.
8. Ocupa un lugar preponderante en la mente de todos los electores, quienes primero se definen en cuanto a la continuidad o el cambio de gobierno. Y solo si optan por cambiar el gobierno es que estudian a los candidatos opositores.
9. Le resulta relativamente sencillo elegir 2 o 3 temas de campaña en los cuales el gobierno haya sido fuerte y exitoso.
10. También es fácil fundamentar esos 2 o 3 temas con diversos ejemplos concretos que hayan dado buen resultado.
11. Permite contraponer el hacer, la acción, las obras…a las simples palabras y promesas.
12. Cuenta con la ayuda extra de la resistencia al cambio como fenómeno psicológico muy extendido entre los votantes (como entre todos los seres humanos).
Para el oficialista el desafío es lograr que las 12 ventajas indicadas se pongan a trabajar electoralmente a su favor.
Para el opositor, en cambio, el desafío es bloquear esas ventajas y hacer jugar las propias.
Que también existen.

10 lecciones del Coyote al candidato segundo en las encuestas

En algún lugar del desierto, al sur de los Estados Unidos o al norte de México, el Coyote persigue infatigablemente al Correcaminos..
El argumento es simple, minimalista.
El Correcaminos va adelante, siempre adelante. Veloz, despierto, inalcanzable. Parece estar al borde de ser atrapado pero siempre escapa.
Siempre.
Mientras tanto el Coyote lo persigue todo el tiempo. Imaginativo e incansable, utiliza mil recursos para capturar a su presa. Pero siempre algo sale mal.
Siempre.
El perseguidor persigue. El perseguido escapa.
Como en las campañas electorales, cuando un candidato va primero en las encuestas y así se mantiene pese a todos los esfuerzos del segundo.
Si estás en el lugar del segundo, del perseguidor, te conviene considerar estos 10 consejos del Coyote para darle alcance al que va primero:
1. Para alcanzar al candidato que va primero tienes que atacarlo, de lo contrario nunca lo vas a lograr.
2. Atacarlo debe ser una estrategia inteligente, no un golpe bajo ni una descalificación burda ni una catarata de insultos.
3. No ataques para lastimar sino para desplazar a tu adversario de la posición de privilegio que ocupa en la mente de los votantes.
4. El ataque no puede ser resultado de tus emociones desbocadas sino de un plan estratégico frío y claro.
5. Recuerda que si atacas en varios frentes perderás en todos ellos.
6. Concentra tu ataque en el frente más estrecho posible: un solo tema.
7. Olvida las debilidades de tu adversario. Su campaña está preparada para esa línea de defensa.
8. Ataca donde tu rival sea más fuerte. Solo allí colocarás un misil en su línea de flotación.
9. Insiste una y otra vez en el mismo punto de ataque. Tu perseverancia inteligente provocará allí la ruptura.
10. Nunca te des por vencido.
El Coyote te envía estas lecciones porque sabe por experiencia. Fíjate: toda una vida persiguiendo a su archienemigo el Correcaminos. Equivocándose tantas y tantas veces hasta comprender por fin sus errores.
¿Estás en segundo lugar en las encuestas?
¿Tu adversario se mantiene siempre primero y no logras alcanzarlo?
¿Tu derrota parece inevitable?
Respira.
Puedes lograrlo.
Respira.
Relee los consejos del Coyote.
Y llévalos a la práctica.
PD: Finalmente el Coyote atacó la fortaleza del Correcaminos, su velocidad. Recién entonces lo logró.




Articulo escrito por Fernando Miguel Silvestre


La Caida - por Nick JB

No hay dudas que el gobierno se cae por su propio peso.

La caída del gobierno, y mas que la caída, el hecho de haber llegado a la situación actual denota claramente, que nuestra Constitución Nacional, nuestra Justicia y la mayoría de las instituciones no sirven para organizar la sociedad Argentina.

Quiero aclarar que todas las medidas de ajuste que el gobierno va a tomar, le aplica el dicho “Una golondrina no hace veranos” y servirán cada ves menos obligando a mas medidas recesivas.

El gobierno sabe perfectamente que el ajuste a la clase media, a jubilados, a los trabajadores y a los planes sociales, son medidas que pueden frenar la caída solo un par de meses.
Sabedor el gobierno de esta realidad se que se preparan para mas ajuste, la sociedad debe prepararse para un ajuste que llamaremos del pos ajuste, y no será mas allá de primer trimestre del 2018.

Todos los argentinos sabemos que lo único que genera riqueza es el TRABAJO, la transformación de materias primas renovables y no renovables en productos de consumo. La política del gobierno es solamente financiera, pero financiera en negativo.
Si, en negativo, por que la Argentina no es un país que preste dinero para vivir de renta. La Argentina es un país que toma dinero de todos lados, para gastos corriente y servicio de la deuda. Una locura total. Remplaza el trabajo genuino por la dadiva miserable.

Locura que se agrava por que lo generado de la tierra, ya sea minería o productos del agro no aportan al tesoro nacional mas que migajas y sus utilidades hoy pueden hasta quedar en el exterior lo cual agrava la situación.
Ese dinero solo vendrá para comprar los bienes Argentinos, tierras, viñedos manzanares, centrales eléctricas y de distribución por parte de amigos, por que cuando la economía explote ellos serán dueños de lo único rentable que quedara en el pais.

La Caída es inevitable y NO SERÁ por razones políticas, será por colapso económico de una política neoliberal mucho mas acelerada que la que practico el Menemato.

Hoy la clase media pierde trabajo y las empresas negocian los puestos fuera de convenios a la baja, produciendo así un golpe mas al consumo y por carácter transitivo a las PYMEs. Se despide a un ejecutivo medio de 40/55 años y se lo remplaza por un pibe que gana un 20/30 % menos.

Hay una gran preocupación con la gente de mi entorno en referencia a los pesos que tiene colocados en los bancos, ya que la mayoría saben que esto se cae y están atrapados en plazos fijos que son concientes que no se devolverán y que los pesos, que no podrán ser convertidos a dólares y nuevamente al igual que cono con la Alianza la clase media saldrá a las calles a romper la puertas de bancos que estarán vacíos.

Se tomaron dos medidas, que nadie en su sano juicio puede entender;
Las empresas pueden dejar sus liquidaciones en el exterior el tiempo que quieran y la tasa de interés del banco central subieron nuevamente a mas del 28% anual, en el contexto en que hay un verdadero cepo al dólar, que no es fruto de un estado que controla la divisa, los carceleros que colocan el cepo son el endeudamiento iracional y las tasas de los bonos.

El dólar, seguramente ni bien se restrinja el crédito externo, va a subir a  mas de 35$ y “si se devuelve” la plata en pesos de los bonos y plazo fijos no habrá dólares para compra y  este trepará a 40/50 pesos o mas..
Claro esta que no se devolverá la plata que los argentinos tengan en los bancos y los bonos entraran en
“default” como herencia para el pueblo argentino y el gobierno que asuma.

La situación, me recordó la película La Caída, donde todos sabían que las cartas estaban echadas y nadie se lo decía a Hitler…
Lo grave en la Argentina “pseudo democrática” es que el 100% de los Argentinos lo sabemos, lo vivimos y una gran mayoría mira para otro lado.

El gobierno que vendrá, deberá hacer uso del precepto ético y legal que expresa el concepto de “por el bien común” y deberá avanzar sobre la propiedad privada mal habida, con políticas de estado que son traición a la patria” y confiscar los bienes.. De no hacerse, el País no será viable.

Toda caída es dolorosa y la de Hitler era una necesidad imperiosa de la humanidad, para preservar el bien común del mundo.
La de Argentina es lamentable, porque muchos entre lo que me encuentro lo venimos advirtiendo de toda la vida y en especial desde el 2009 en adelante.

Argentinos, las consecuencia del voto aventura, del a mi la política no me importa, se traduce en sufrimiento y el que padecemos es un poroto al lado del que se viene.

PD:
Argentinos y señores de Facebook;
La utilización del contenido grafico, no tiene connotación política ni racial,. solo ilustra lo desgarrador que es la caída y mas cuando la pudimos evitar.


Articulo escrito por Nick JB

Se ofreció al presidente Donald Trump 'Cinco mujeres' en Rusia

Escándalo: Carrió insultó al diputado Masso, pidieron que la sancionen, ...

viernes, 20 de octubre de 2017

La Campaña de Desertificación del Territorio Nacional

En mi última nota mencioné la sojización de la Patagonia,y puse de relieve el
accionar de Pampa ¿Lands?
Desgraciadamente esto es sólo la punta del ovillo.
La soja es sólo una pequeña parte del saqueo y desertificación del territorio nacional.
Voy a ir muy rápido en la redacción, para no cansar a nadie, porque estamos frente
a una campaña de resistencia popular permanente.
Pampa ¿Lands? es sólo una subsidiaria de Pampa Holding, junto con Pampa Energía.
Su CEO es Marcos Marcelo Mindlin.
Marcelo Mindlin es actualmente el segundo del Council of the Americas, fundada por
David Rockefeller. Es decir, la larga mano de los auténticos dueños del poder en
occidente.
Marcelo Mindlin también adquirió los paquetes accionarios de Calcaterra, el primo y
eventualmente testaferro de Mauricio Macri.

Mindlin no está solo.Junto a él estuvieron George Soros y Eduardo Elsztain, en la década
del 90,conformando IRSA, un fondo de inversiones que impulsaba el crecimiento de los
shoppings, y negocios inmobiliarios y rurales, y energéticos.

Elsztain es también el segundo en otra organización internacional, el Congreso Judío
Mundial.
Tiene profundos contactos con los fondos de inversión en Israel. Hace poco se habria
hecho dueño del control de IDB Holding.
No contento con esto,lleva actualmente contactos para hacerce con el control del
Falkland Inverstment Holding, el holding financiero más poderoso en nuestras
Islas Malvinas.

Junto a Elsztain aparece el inefable Jorge Lewis, habitual anfitrión de Mauricio Macri,
y tenaz violador de los derechos de los puebos originarios.

Para completar el cuadro, Mindlin, Elsztain y Lewis son partidarios fervientes del
extractivismo megaminero y petrolero.

Este es el enemigo. No hay otra manera de llamarlo. La lucha recrudece, y va mucho más
allá de las próximas elecciones.

Cristina siempre será un referente en el cielo político argentino.
Pero el destino está en nuestras manos. Ella lo dijo con claridad, como en su momento
hiciera el general Perón.


Articulo escrito por Alfredo Furlani


Mauro Viale destrozó a Carrió e incitó a la gente para que NO la vote.

Rolando Graña destrozó a Graciela Ocaña en el programa de Pamela.

miércoles, 4 de octubre de 2017

en Londres, París, las Puertas de Branderburgo y Suiza reclaman por Sant...

La nueva Conquista del Desierto o la Expansión de la Frontera Agrícola

Cuando el ministro Bullrich formuló su frase "nueva conquista del desierto", sabía muy bien de qué estaba hablando.
Descendiente de terratenientes que expoliaron a los mapuches y otras comunidades nativas de sus posesiones, es muy consciente que la Patagonia no es un desierto.
El "avance de la frontera agrícola" es el nuevo nombre del genocidio. Arrasa tanto con campos y vidas de campesinos y pobladores originarios, como con la salud del resto de los habitantes del país.
Pero el resto no está muy al tanto que el tan mentado avance se hace a costa de envenenar a todos.
La frontera agrícola no sólo avanza visiblemente hacia el norte, tiñendo de verdesoja las planicies otrora cubiertas de monte nativo, rompiendo ecosistemas, e impermeabilizando el suelo.
Avanza también hacia el sur, transpone el río Colorado y se avalanza hacia campos del Río Negro, en latitudes cada vez más australes y frías.
Este año el proyecto sojizador recobró nuevos bríos, luego de la reacción popular del año 2010. Más de 400.000 hectáreas destinadas a fines no muy claros, entre Sierra Grande y el Alto Valle.
Todo esto de la mano del capitalismo financiero, de las empresas productoras de transgénicos y pesticidas, y de las empresas dedicadas al agronegocio.
Y sin olvidarse del apoyo de las autoridades provinciales.

Nota adicional:
Una empresa con capitales argentinos y extranjeros, Pampa Capital, compró hace ya tiempo las dos principales desarrolladoras de semillas transgénicas locales: Relmó y Sursem. El consorcio está encabezado por su fundador y CEO, Alejandro Quentin, heredero del histórico Bunge y Born.
Posteriormente, Pampa Capital, con aportes del Banco Mundial, constituyó hace unos años en Canadá el fondo Pampa Agribusiness Fund (PAF), que otorgó 20 millones de dólares a las semilleras transgénicas argentinas Sursem y Relmó (pionera en ingienería genética).
Los socios fijaron domicilio particular en 5 Lloyds Avenue, London, UK; mientras que el Pampa Agribusiness Follow-On Fund II L.P. en 199 Bay Street, Suite 5300, Ontario, Canadá.
En la denuncia realizada en 2008 por el ex funcionario del J.P. Morgan, Hernán Arbizu, vincula al grupo con fondos no declarados fuera del país por la familia de Quentin, todas en la cuenta 98494408.00, en dólares: Claudia Caraballo de Quentin, 22.440.751,88; Pampa Agribusiness Fund L.P., 5.069.675,49; y otras sumas de poca significación a nombre de Estanar, Pampa Management S.A. y Farmamundo.

Articulo escrito por Alfredo Furlani