Se puede derrotar al clientelismo político. Pero es un proceso lento porque es más un cambio cultural que político. Es un cambio de marcos mentales.
Una provincia en el interior de un país latinoamericano.
Un distrito semi-rural de la provincia.
El sol quema. El calor es intenso. La vegetación exhuberante.
Estamos en campaña electoral y llegamos a un pequeño centro poblado.
Calles de tierra. Espacios públicos en pésimo estado. Viviendas humildes. Pobreza, mucha pobreza.
-¿Sabe lo que a mí me abrió los ojos? -me dice uno de los vecinos.
Es un hombre grandote, de piel curtida, manos encallecidas y mirada franca. El hombre estaba en medio de un grupo de personas que habían salido a recibir a aquella pequeña comitiva política. Primero había saludado con entusiasmo a la persona a la que iba a votar. Y le había agradecido su presencia en el pueblo. Después alguien le había comentado algo acerca de mi presencia en la campaña electoral. Y él se me había aproximado con respeto y hasta con cierto ceremonial. Quería explicarme por qué había decidido dejar de votar al cacique político al que siempre había votado.
El caudillo político de aquel distrito semi-rural era amo y señor de todo.
Amo y señor.
Dinero, propiedades, vehículos, personal a sus órdenes, influencia en todos los círculos, poder político…todo.
Durante décadas su familia ostentó un poder casi feudal. Primero su padre, ahora él, siempre ellos.
Luego de las elecciones el poderoso cacique literalmente desaparecía.
Distante. Inalcanzable. Lejano. Inaccesible para la gente.
También durante las campañas electorales era así.
Con una diferencia.
Él y su gente compraban votos.
Donde dice compraban debe decir exactamente eso: compraban.
Simplemente ofrecían bienes materiales a cambio del voto. Juguetes para los niños, medicinas, ropa, materiales de construcción, promesas de trabajo asalariado, pago de facturas y deudas, bolsas de alimentos y hasta dinero en efectivo.
La noche previa a las elecciones era un clásico de su familia: largas, muy largas recorridas nocturnas. Visitas furtivas en medio de la noche llevando dinero y exigiendo el voto a cambio.
Clientelismo político. En su versión latinoamericana más dura y desprejuiciada. El rostro más crudo del clientelismo político.
-Lo que a mí me abrió los ojos fue la televisión -me dijo el vecino.
Me explicó que mirando televisión se había dado cuenta que en otros lugares la gente de trabajo vivía mejor. Que habían buenas casas y otras comodidades. Que las calles estaban en buen estado. Que los jóvenes podían estudiar. Que nadie tenía que pedirle permiso a ningún señor poderoso para que les otorgara algo. Que la gente podía quejarse y protestar y a veces hasta quitarle el poder a más de uno.
-Y lo que despertó a los jóvenes fue el teléfono y el Facebook ese que tienen…-agregó el vecino con entusiasmo.
La explicación que me dio es simple. Con Facebook en el teléfono los jóvenes ven que se pueden comunicar con facilidad y naturalidad con amplios sectores de la sociedad. Y se dan cuenta que el cacique político local, aunque tenga Facebook, es un ser inaccesible, opaco, oscuro, lejano, que a nadie trata bien y que con nadie dialoga de igual a igual. Que a esos jóvenes les gusta sentirse iguales en Facebook pero que ese cacique cree estar por encima de los demás. No es un igual sino un otro, ajeno. Distinto, extraño.
Clientelismo político en el siglo 21
El clientelismo político sigue vivo, como una rémora del pasado, en pleno siglo 21. Su mantenimiento necesita de algunas condiciones básicas:
Desigualdades extremas de poder político, económico y cultural
Amplios sectores viviendo en la pobreza y la marginalidad
Debilidad de las instituciones públicas
Cultura clientelística en vastos sectores del electorado
En pocas palabras: quienes se benefician del clientelismo político necesitan poder (generalmente lo tienen), necesitan gente pobre y con carencias acuciantes, necesitan débiles estructuras institucionales para poder operar informalmente, y fundamentalmente necesitan que sus ‘clientes’ tengan una ‘cultura de cliente’ (un conjunto de creencias que justifiquen y vuelvan casi natural la práctica del clientelismo político).
Ese conjunto de factores es el que sostiene el sistema. Son factores interrelacionados, y por lo tanto si uno de ellos comienza a fallar entonces es todo el sistema el que se ve amenazado.
Eso es lo que de alguna manera me intentaba explicar el vecino de aquel pobrísimo distrito semi-rural latinoamericano. Cuando me decía que la televisión y el Facebook estaban abriendo los ojos de la gente, en realidad estaba levantando una gran verdad.
¿Será cuestión de ‘santificar’ a la televisión y a las redes sociales como la panacea? ¿Será abogar por una especie de utopía tecno-progresista?
No. Nada de eso.
No se trata específicamente de la televisión o el Facebook.
Se trata de entender que el eslabón débil del clientelismo político es la ‘cultura clientelar’ que anida en la mente de los ‘clientes’.
¿Se puede derrotar al clientelismo político?
Sí, se puede.
Pero no se logra a corto plazo.
¿Por qué?
Porque más que una batalla política es una batalla cultural.
Y los cambios culturales son lentos.
‘No hay nada más sin apuro que un pueblo haciendo su historia’ dice una vieja canción de Alfredo Zitarrosa.
La tecnología ayuda.
Más allá del uso que se le de, el progreso tecnológico colabora ampliando la visión del mundo que tienen las personas.
Mostrando otras cosas, otras vidas, otras posibilidades, otros horizontes.
Y al cambiar drásticamente la vida cotidiana y los hábitos, también instala la idea de que todo puede cambiar.
Todo.
Hasta el poder de ese cacique político que es amo y señor del lugar.
Los demonios que van a destruir al clientelismo político son la educación, la cultura, el progreso económico, la mayor equidad, la institucionalidad, la tecnología, la comunicación y todas las energías de avance social.
Visto así, el clientelismo político está condenado a desaparecer.
Aunque la acción de fuerzas sociales, culturales y políticas puede ayudarlo a irse más rápidamente.
Para eso la clave está en plantearse una estrategia de mediano y largo plazo. Desmontar los marcos mentales de los propios ‘clientes’ que justifican y dan coartadas al sistema. Y construir nuevos marcos mentales de dignidad, de independencia, de autonomía, de respeto, de conciencia, de libertad y de cambio.
¿Que lleva mucho más tiempo que el que uno desearìa?
Claro que sí.
Como decía Neruda: ‘ardiente paciencia’.
¿Acaso es imposible derrotar al clientelismo político?
El clientelismo político es la utilización abusiva del poder del estado para lograr votos a favor del partido de gobierno.
Los ciudadanos pasan entonces a ser clientes y entregan su voto a cambio de favores: un puesto de trabajo, una canasta de alimentos, materiales de construcción, dinero en efectivo y todo lo que la imaginación gubernamental pueda concebir.
¿Se puede derrotar a una maquinaria de esta naturaleza?
Sí. Es difícil, por supuesto. Pero se puede.
De hecho este tipo de maquinarias han sido derrotadas en diversos lugares del mundo.
Que nadie crea, entonces, que por tener estructurado un sistema clientelar tiene asegurado el triunfo electoral.
Y que nadie crea que por enfrentarse a un oficialismo de estas características tiene asegurada la derrota.
Todo está en la mente del votante.
El principal problema para el opositor no está en la conducta de quien compra votos sino en la mente de quien acepta el procedimiento.
La base misma del sistema clientelar es la existencia de un amplio sector de la sociedad que lo acepta. Sector que si afinamos un poco el análisis está compuesto por 2 públicos diferentes:
1. Personas que ven a la política como un lugar donde lograr ventajas personales directas e inmediatas, a costa de lo que sea.
2. Personas necesitadas, que viven una vida muy difícil, una vida llena de carencias y casi vacía de esperanzas.
El primer público es el núcleo duro del clientelismo. Solo dejarían de ser “clientes” del oficialismo si pudieran ser, en mejores condiciones, “clientes” de una oposición que conquiste el gobierno.
Pero son casi inmunes a la comunicación política.
El segundo es el público que puede cambiar.
Es para ellos que la oposición tiene que tener un plan definido. No solo un plan de acción gubernamental para cuando llegue la ocasión. No solo eso. También, y fundamentalmente, un plan comunicacional específico para ellos y sus familias.
Pautas iniciales para pensar la estrategia opositora
1. Promover en esos sectores experiencias sociales diferentes al clientelismo (por ejemplo a través de organizaciones sociales no gubernamentales, sindicatos, asociaciones y grupos de diversa índole de la sociedad civil organizada)
2. Apuntar comunicacionalmente a los más jóvenes, a quienes tienen menos cristalizada en su mente la experiencia clientelar
3. Darle prioridad a la conquista de espacios de gobierno (por ejemplo municipios) y gestionarlos de un modo diferente
4. Impulsar avances tecnológicos que vuelvan innecesaria la presencia como gestores de los punteros políticos del gobierno
5. Llegar a la mente del público objetivo mediante manifestaciones culturales no directamente políticas ni partidarias
6. Valorizar el contacto personal y el diálogo directo como herramientas vitales de la comunicación política
7. Trabajar intensamente el concepto de libertad personal para votar y para vivir sin condicionamientos
8. Construir un horizonte de esperanza donde puedan visualizar una vida mejor para ellos y sus familias
Son solo pautas iniciales, claro está. Pero el camino para enfrentarse al oficialismo clientelista pasa por ahí.
Un camino duro. Pero posible.
Continuidad o cambio
El cerebro del votante es bastante más previsible de lo que parece. Al llegar a un acto electoral se comporta igual que el cerebro del conductor de un vehículo al llegar a un cruce de caminos. ¿Sigo adelante o no lo hago? ¿Continuidad del gobierno o cambio de rumbo?
Esta dimensión debe estar presente en toda estrategia de campaña. Y debe ser trabajada en función de los números de aprobación y desaprobación de la gestión.
Si el gobierno tiene alta aprobación de su gestión, la estrategia obligada del candidato oficialista es el continuismo. En cambio la estrategia del candidato opositor debería ser construir un eje de campaña diferente al de gobierno versus oposición.
Si el gobierno tiene baja aprobación de su gestión, la estrategia obligada de la oposición es el mensaje de cambio. Y en este caso es el candidato del gobierno quien debería construir un eje de campaña diferente al de gobierno versus oposición.
Son solo 3 posibilidades. 2 de ellas simples y fáciles de entender para la población: continuidad o cambio. Y una tercera más compleja: un nuevo eje de campaña.
Cuando los opositores se radicalizan el gobierno suele beneficiarse
Algunos políticos opositores creen que cuánto más radicales sean sus posiciones políticas tanto más daño le harán al gobierno.
Pero no es así.
Y a veces sucede exactamente lo contrario y el que sale beneficiado es el gobierno.
No me refiero a las luchas contra dictaduras ni a las guerras civiles. Me refiero a situaciones democráticas comunes, en países donde la lucha política se despliega dentro de la legalidad institucional.
Dentro de esa legalidad, algunos opositores maximalizan sus posiciones. O sea:
1. Cuestionan al gobierno en todos los terrenos, en todos los temas, cuestionando todas y cada una de sus acciones, criticando todas y cada una de sus palabras, repudiando a todos y cada uno de sus miembros.
2. Elevan al máximo la tensión política de cada día con acusaciones cada vez más duras, con conceptos cada vez más duros y con lenguaje cada vez más agresivo.
3. Acompañan el proceso con una gestualidad despectiva y llena de enojo, y también con un uso agresivo de la voz tanto en tono como en volumen.
¿Por qué ese maximalismo radical beneficia al gobierno?
Porque estrecha el mercado opositor, lo hace más chiquito. Al radicalizarse de este modo la oposición solo convoca a quienes piensan, sienten y actúan exactamente igual. O sea que se condena a sí misma a un círculo estrecho, un círculo de iguales, un grupo reducido. Y la oposición pone así una barrera respecto a un amplio sector del público.
Sector que seguramente:
1. Cuestiona al gobierno en algunos temas y terrenos importantes, pero no en otros. Cuestiona a algunos de sus miembros pero no a todos. Cuestiona algunas decisiones y declaraciones, pero no todas.
2. No soporta vivir en constante tensión política y aunque esté en desacuerdo con el gobierno no adhiere a políticos crispados y enojados.
3. Puede estar en contra de muchas cosas sin llegar a estar enojado ni indignado.
El maximalismo radical de la oposición suele empujar a ese segmento de la sociedad hacia el campo del gobierno, aún con diferencias y discrepancias.
Es más: le ‘regala’ ese público al gobierno. Y ese público termina definiendo una elección.
¿Cual debería ser la regla de oro para la oposición?
Un programa, un estilo, un tono, una acción y un lenguaje que sean incluyentes, abarcativos de todos los descontentos y no solo de los más radicalizados.
En suma: en política, de lo que se trata es de aislar al adversario.
Y lo que hay que evitar es aislarse uno mismo.
No importa el país. No importa quién está en el gobierno y quién en la oposición. Esa es la regla de oro.
Porque si un ciudadano mira y escucha a un político opositor muy radicalizado…entonces piensa:
‘Si para estar en contra del gobierno tengo que estar tan enojado como tú y tengo que pensar exactamente igual en todos los temas…pues no sé lo que haré pero contigo no estaré.’
Las 2 Emociones que Conspiran Contra los Opositores
El cerebro del votante no funciona como una máquina cartesiana completamente lógica y consciente.
Esa es, apenas, la parte visible del iceberg.
Pero por debajo funciona una poderosa maquinaria hecha de emociones y de procesos cognitivos no conscientes.
Un elemento importante en esa maquinaria es la resistencia al cambio, concepto que ayuda a comprender mejor una de las dinámicas emocionales que se ponen en juego en cada campaña electoral.
Sí: me refiero al dilema continuidad o cambio.
Ya sabes: siempre hay un candidato que busca la continuidad mientras los demás proponen cambios.
Y esa confrontación suele desatar emociones, por cierto.
La mente humana se resiste al cambio.
No lo acepta de buen grado ni de inmediato ni por completo.
Esa resistencia es la que hace que el cambio sea más un proceso que un acto. Y al decir proceso tenemos que considerar tiempo y esfuerzo.
Cambiar al partido que está en el gobierno y sustituirlo por otro partido no es nada simple.
Es complejo. Y lo es porque no es un asunto solamente político.
Cambiar va más allá de la razón e involucra fuertes emociones. Por eso el cambio debe procesarse, trabajarse, pulirse.
La resistencia al cambio incluye dos factores que se interrelacionan: el miedo a lo nuevo por ser desconocido y la tristeza por tener que desprenderse de lo que ya es conocido y está integrado de una forma u otra a la vida de las personas.
Miedo y tristeza.
Ahí están.
Esas son las 2 emociones que acompañan y solidifican la resistencia al cambio.
Miedo y tristeza conspiran contra el cambio, trabajan contra él, luchan contra las novedades, se resisten a cambiar.
Acá tenemos una de las claves de lapsicología política de gobernantes y opositores.
Y es que la oposición será tanto más efectiva cuanto más logre minimizar o neutralizar las emociones de miedo y tristeza en el electorado.
La tristeza y el miedo estarán presentes en mayor o menor medida entre los sectores sociales que podrían llegar a ser agentes de cambio.
Serán un ancla en el pasado.
Un ancla que habrá que limar con paciencia.
Y con emociones, claro.
Todo gobierno se plebiscita
Es así en todas las campañas políticas. Y ocurre más allá de la voluntad de oficialistas y opositores. Porque es la propia mente del votante la que tiende a una lógica binaria: sí o no. Aceptación o rechazo.
A favor o en contra del gobierno.
Que siga o que asuma uno nuevo.
Debe tenerse presente que el plebiscito acerca del gobierno es la primera operación mental en el camino hacia el voto. La primera.
¿Cuándo ocurre?
En algunas personas se produce años antes de la elección. En otras meses antes de tener que decidir. Y en otras es en plena campaña electoral.
¿Por qué ocurre?
Porque el cerebro humano tiene un listado interminable de tareas a cumplir, y por lo tanto necesita simplificar al máximo.
¿Debe continuar este gobierno?
Esa es la pregunta del plebiscito mental que cada uno hace. Esa es la pregunta para la cual la oposición necesita un NO como respuesta. Un NO que involucre a la mayoría del electorado.
Los caminos del NO
La tarea básica, esencial y primera que debe cumplir la oposición en sus campañas políticas es instalar y fortalecer el NO en la mente de la mayoría.
Este gobierno NO debe continuar.
Esa es la idea-fuerza.
La gente puede llegar a ese NO por caminos distintos. Desde los más rápidos, los que rechazan al gobierno desde los primeros tiempos, hasta los más lentos que lo rechazan solo al final.
Y el movimiento opositor debe involucrarlos a todos, no solo a los más radicales adversarios del gobierno.
Con ésto quiero decir que construir ese NO es un proceso gradual que lleva su tiempo. No es un café instantáneo. No es una explosión. Es un proceso. Y deben respetarse los tiempos de la gente.
La instalación de ese NO, además, no será a través de una infinidad de temas sino a través de muy pocos temas.
La gente no se va a decidir porque hayan miles de argumentos o de razones, sino por 2 o 3 argumentos o razones fuertes.
2 o 3 temas simples, fáciles de comprender, ligados a la experiencia de la gente y sentidos como importantes.
Así se llega a la idea de que “este gobierno NO debe continuar”.
Diferenciarse dentro del campo del NO
Pero queda la otra parte de la tarea: diferenciarse del resto de la oposición. Porque si todos los opositores son más o menos iguales y se reparten de modo similar los votos…entonces el oficialismo tendrá la chance de ganar a pesar de todo.
Diferenciarse, por lo tanto, es la segunda operación opositora en sus campañas políticas.
Y donde dice diferenciarse no debe leerse “atacar al resto de la oposición”. Debe leerse, simplemente, diferenciarse.
Mostrarse como distinto. No en todo. Tal vez en un gran tema, en un elemento fuerte, en una característica. Un solo aspecto que divida las aguas entre ese candidato opositor, por un lado, y todo el resto por otro lado.
Recordemos aquel opositor llamado Barack Obama
. Recordemos su primera campaña. Pero no por sus enormes recursos sino por su fina y simple estrategia opositora.
Hay que cambiar, decía Obama. El gobierno de Bush y los republicanos no debe continuar. Pero la operación opositora no terminaba allí sino que agregaba que Obama es un hombre nuevo, mientras Hillary (su rival dentro del campo de la oposición) es más de lo mismo, de las familias como los Bush o los Clinton que siempre están al frente en Washington.
Plebiscito y diferenciación. Simplicidad. Contundencia. Hasta quedar parado frente a frente al oficialismo como la única alternativa posible.
12 ventajas de la campaña política del candidato oficialista
Una de las frases más repetidas en los círculos políticos es que “el poder desgasta”. Sin embargo, el ex Primer Ministro italiano Giulio Andreotti le daba un giro entre cínico e irónico a la frase. Y decía que “el poder desgasta, sobre todo a quien no lo posee”.
¿Qué ventajas le da el ejercicio del gobierno a la campaña política del candidato oficialista?
Muchas. A saber:
1. Sabe cómo ganar. Por definición, si el candidato es oficialista es porque él o su partido ya supieron ganar. Ya participaron de una campaña política exitosa y ya tuvieron la oportunidad de hacer un gran aprendizaje. Es un plus importante por encima de quienes nunca ganaron una elección.
2. Conoce el gobierno por dentro. Sabe de sus resortes, de sus mecanismos, de sus vericuetos, de sus posibilidades y de sus números. Con lo cual cuenta con una caja de herramientas muy actualizada para el debate político.
3. Tiene la notoriedad asegurada. Es mucho más fácil para el candidato oficialista lograr que su nombre y su cara sean altamente reconocibles y recordables.
4. Tiene buena cobertura de prensa. Los medios de comunicación le suelen prestar atención extra por el solo hecho de ser el candidato del gobierno.
5. Hay sectores de la ciudadanía que han sido beneficiados por acciones del gobierno y dicha experiencia práctica los hace más proclives a apoyar al candidato oficialista.
6. La campaña electoral cuenta con más dinero ya que los aportes voluntarios del empresariado casi siempre son más generosos para el oficialismo.
7. Al tener más dinero se pueden tener más asesores, más espacios publicitarios, más personal de campaña y mayor infraestructura.
8. Ocupa un lugar preponderante en la mente de todos los electores, quienes primero se definen en cuanto a la continuidad o el cambio de gobierno. Y solo si optan por cambiar el gobierno es que estudian a los candidatos opositores.
9. Le resulta relativamente sencillo elegir 2 o 3 temas de campaña en los cuales el gobierno haya sido fuerte y exitoso.
10. También es fácil fundamentar esos 2 o 3 temas con diversos ejemplos concretos que hayan dado buen resultado.
11. Permite contraponer el hacer, la acción, las obras…a las simples palabras y promesas.
12. Cuenta con la ayuda extra de la resistencia al cambio como fenómeno psicológico muy extendido entre los votantes (como entre todos los seres humanos).
Para el oficialista el desafío es lograr que las 12 ventajas indicadas se pongan a trabajar electoralmente a su favor.
Para el opositor, en cambio, el desafío es bloquear esas ventajas y hacer jugar las propias.
Que también existen.
10 lecciones del Coyote al candidato segundo en las encuestas
En algún lugar del desierto, al sur de los Estados Unidos o al norte de México, el Coyote persigue infatigablemente al Correcaminos..
El argumento es simple, minimalista.
El Correcaminos va adelante, siempre adelante. Veloz, despierto, inalcanzable. Parece estar al borde de ser atrapado pero siempre escapa.
Siempre.
Mientras tanto el Coyote lo persigue todo el tiempo. Imaginativo e incansable, utiliza mil recursos para capturar a su presa. Pero siempre algo sale mal.
Siempre.
El perseguidor persigue. El perseguido escapa.
Como en las campañas electorales, cuando un candidato va primero en las encuestas y así se mantiene pese a todos los esfuerzos del segundo.
Si estás en el lugar del segundo, del perseguidor, te conviene considerar estos 10 consejos del Coyote para darle alcance al que va primero:
1. Para alcanzar al candidato que va primero tienes que atacarlo, de lo contrario nunca lo vas a lograr.
2. Atacarlo debe ser una estrategia inteligente, no un golpe bajo ni una descalificación burda ni una catarata de insultos.
3. No ataques para lastimar sino para desplazar a tu adversario de la posición de privilegio que ocupa en la mente de los votantes.
4. El ataque no puede ser resultado de tus emociones desbocadas sino de un plan estratégico frío y claro.
5. Recuerda que si atacas en varios frentes perderás en todos ellos.
6. Concentra tu ataque en el frente más estrecho posible: un solo tema.
7. Olvida las debilidades de tu adversario. Su campaña está preparada para esa línea de defensa.
8. Ataca donde tu rival sea más fuerte. Solo allí colocarás un misil en su línea de flotación.
9. Insiste una y otra vez en el mismo punto de ataque. Tu perseverancia inteligente provocará allí la ruptura.
10. Nunca te des por vencido.
El Coyote te envía estas lecciones porque sabe por experiencia. Fíjate: toda una vida persiguiendo a su archienemigo el Correcaminos. Equivocándose tantas y tantas veces hasta comprender por fin sus errores.
¿Estás en segundo lugar en las encuestas?
¿Tu adversario se mantiene siempre primero y no logras alcanzarlo?
¿Tu derrota parece inevitable?
Respira.
Puedes lograrlo.
Respira.
Relee los consejos del Coyote.
Y llévalos a la práctica.
PD: Finalmente el Coyote atacó la fortaleza del Correcaminos, su velocidad. Recién entonces lo logró.
Articulo escrito por Fernando Miguel Silvestre
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